Hay gente que dobla las esquinas de los libros, usan marcapáginas o la sobrecubierta y quien los cierra porque sabe que va por la 178. Yo soy de esas. Los hay que utilizan fluorescentes, portaminas y hasta regla para subrayar las frases que más les han gustado: algunos emborronan novelas enteras, ponen notas al margen, tachan, corrigen. El buen crítico es un lector que sabe subrayar adecuadamente, decía Ignacio Echevarría.

A mí me parece una profanación.

Nunca he tenido ganas de subrayar un libro. Hasta el lunes pasado. "En los grandes males importan más los males que el escenario en el que se abaten", por ejemplo. "El lenguaje es ruido: lo demás es silencio". "En algún momento aprendió que las palabras no significan nada, que las palabras no se ajustan nunca a lo que tienen que decir". "No diré que haya sido infeliz siempre, / pero sí que no he sido feliz nunca". Lo tengo encima de la mesa, lo estoy abriendo al azar. Podría seguir casi por cada página. Habla, también, de un señor al que los indígenas de la isla que habitó, de la isla en la que está enterrado, llamaron Tusitala, el que cuenta historias. Y de un viejo que lee a Flaubert. Y de un hombre que no habla porque ha decidido no hablar y de un par de gemelos y de un petirrojo y gatos y un pueblo en el que las mujeres casi no están porque no ocupan las tabernas ni la vida pública y en el que todo el mundo acaba desapareciendo. Palomas. También hay palomas, relojes, fotografías y un profeta gritando donde nadie puede oírle.

El hecho de decir

Pero, en realidad, Nemo no va de nada de eso. Quizá solo hable del hecho de decir, de cómo dar significado al hecho de decir, de la incomprensión y los muros y la uniformización de los discursos y la algarabía sin par y la recuperación del valor de un texto que pudiera ser estricto narrador de los hechos, si es que tal cosa fuese posible cuando alguien elige ser no mostrarse y no decir (otra vez: decir) quién es.

Aunque en realidad, quizá Nemo tampoco vaya de todo eso. De lo único de lo que estoy segura es de que, en Plasencia, vive un señor (un hombre, quiero decir, Gonzalo Hidalgo Bayal, se llama; y un señor, también, en la cuarta acepción del Diccionario de la Academia --a saber: persona que muestra dignidad en su comportamiento o aspecto--) que escribe de esa manera en que a mí me da por cerrar el libro y soltar tacos. Siempre el mismo, repetido, varias veces: en esto de la literatura y los tacos no hay mucho repertorio: la mayoría solo usamos uno.

Es curioso, no deja de resultarme curioso, que en Plasencia haya tantos escritores. Ahora se celebra allí la feria del libro, en la plaza Mayor (escribo esto con bochorno --con tiempo de bochorno, digo: no abochornada: qué importante es la precisión-- y no sabemos cuánto lloverá). Presentan antologías de la última poesía española, ha estado allí Jesús Carrasco con La tierra que pisamos (que cuenta el justo momento en el que Saulo cayó del caballo), han de llegar Alberto Guirao, José Manuel Vivas, los miembros de la antología Tiempo de cerezas, que han participado en recitales organizados por una asociación cultural de la localidad. Buscaremos a Cervantes, estarán Fernando Flores del Manzano, Javier Morales (Trabajar cansa , lo ha editado Baile del Sol, échenle un ojo a su catálogo), Susana Martín Gijón con Vino y pólvora . Y muchos más. Entre ellos, Juan Ramón Santos, que acaba de publicar Aire de familia ("Hay algo de mi padre en ese gesto") y que también organiza la feria, echa dos manos en Centrifugados y preside la Asociación de Escritores Extremeños. No voy a comparar porque acabo de hablar de Hidalgo Bayal y de Stevenson y de libros y gatos y no me quiero deprimir, pero algunas otras ferias del libro de la región bien podrían mirarse en esta. Menos mal que en Cáceres ahora está el Womad y todo se olvida (supongo que no hace falta hablar del Womad, ¿no? Ah, sí: sí hace falta. Escuchen al Niño de Elche, flamenco, anarquista, antitaurino, de los músicos más interesantes que ha dado el país en los últimos años y autor de una canción que bien podría ser un himno para esta precampaña electoral: se titula Que os follen ).

Quizá de alguno de los niños que integran la Orquesta Joven Ciudad de Mérida salga algún músico así. O un nuevo Michael Jackson o un Jimmy Page. Se presentan el sábado, con Gecko Turner y varios coros. A pocos metros de donde tocarán está la librería San Francisco. Durante años, en esa librería, hasta hace muy poco, estuvo Pepa. Pepa ponía las patas en tu barriga, te llenaba de pelos blancos, te lamía la mano y se tumbaba para que le rascaras la barriga. La adoptaron Vicente y Mariángeles (es la palabra más bonita del mundo: adoptar) hace diez años. Es la única perra librera que conozco. Fue feliz, sí, y nos hizo felices a muchos, de la manera callada en que los perros saben. La vamos a echar mucho de menos.

Womad. Niño de Elche. Viernes, 6 de mayo a las 22.00. Plaza de san Jorge (Cáceres).

Orquesta Joven Ciudad de Mérida. Sábado. 12.30 horas. Cultural Alcazaba (Mérida).