Yo soy yugoslavo y Yugoslavia ya no existe". He usado esa frase en más textos de los que puedo recordar: para hablar de la independencia de Cataluña, de un viaje a Nueva York, de la llegada del capitalismo a Albania. La dijo Tomaz Pandur en el peristilo del teatro romano de Mérida y nos contó de la patria, por supuesto: de la construcción cultural de la patria, de la pertenencia a un sitio que no definen ya unas fronteras, un sitio donde hubo guerras que no le importaron a nadie, un sitio tan azaroso, en fin, como todos los lugares que hemos construido los hombres. Habló, también, del amor al teatro, del teatro como fusión de todas las experiencias del mundo: como el proceso creativo que construye, al final, un lugar de pensamiento. Para él, Medea fue un trabajo que dedicó a aquellos que estaban siempre en fuga. He pasado dos años diciéndole a Jesús Cimarro: "A mí me traes a Tomaz Pandur, a Calixto Bieito, a Miguel del Arco y a José María Pou a dirigir obras en el Festival de Mérida, todos el mismo año, y yo ya soy feliz". Iba a ser en 2017, pero se lo ha llevado esa muerte que es nada más que un sueño. Estaba preparando El Rey Lear ("Abrete a la lectura plena de El Rey Lear y comprenderás mejor-- dijo Harold Bloom-- los orígenes de lo que conoces como patriarcado").

Pero qué se puede decir ante la muerte. Ante lo que no será ya más nunca. El presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto.

La duda es lo que vendrá. Por eso, cuando me preguntan, justo después de presentarse la programación, qué obra hay que ir a ver en Mérida durante el verano (esos veranos en los que lo mismo te da una lipotimia que te mueres de frío a las once de la noche), siempre respondo lo mismo: "No lo sé". Sí sé que a veces, en esas gradas, la vida se me ha vuelto del revés del todo. Que ese justo momento de silencio en el que la obra no ha empezado, pero va a empezar, es una de las pocas cosas sagradas de mi vida. Que, si hay algo que hacemos, todos, en todas las culturas, desde que nacemos hasta que nos vamos (morir es dormir, no más), es contar historias. Contarnos historias. Intentar explicarnos, buscar un cierto tipo de redención, un cumplimiento, ser con los otros: que alguien nos escuche.

Hablar de nosotros. De la clase media y sus constantes corruptelas mayores y menores y sus trafiquitos de drogas y sus mafias rusas, como hace Aran Dramática. De la necesidad de decir no a quienes nos invaden (permítanmelo: a quienes nos invaden en todos los sentidos), como en El cerco de Numancia . Su director, Paco Carrillo, siempre ha sido muy claro: "El teatro tiene que hablar de las cosas de ahora. El teatro tiene que ser una cosa viva que no se ande con entelequias, sino que sea directo, fuerte, que diga: esto pasa aquí".

Contar sin hablar

Hay quien cuenta esas historias sin palabras. Sin una guitarra en las manos, Diego García, El Twanguero, no sabe qué hacer. Comenzó a estudiar en el conservatorio (los valencianos nacen así: con un instrumento bajo el brazo), pero luego se dio cuenta de que la transmisión oral le gustaba más. Y comenzó a recorrer el mundo, a estudiar, a estudiar, a estudiar. No sé si le han escuchado alguna vez, pero este señor toca de una forma para la que no tengo adjetivos. Acaba de estar en Los Angeles presentando su disco Pachuco : los pachucos son los mexicanos que se fueron a vivir a los Estados Unidos y no eran de aquí, ni eran de allí. Como Pandur con Yugoslavia. Gente sin patria, desarraigados buscando un mínimo sitio, un lugar al que poder llamar casa: hay quien no está hecho para el nomadismo.

Sin palabras fue también el lenguaje que eligió Yllana para poder representar en todo el mundo, con pequeñas adaptaciones gestuales, porque las manos no se usan igual en todas las culturas. De todas ellas, generalmente, conocemos la nuestra y, a menudo, poco y mal. En Plasencia hay una exposición muy curiosa, muy bonita, que se titula Erensya , sobre las juderías y las familias que las habitaron, esos judíos sefardíes que tienen tanta conciencia de pertenencia a un pueblo y tanta pasión por conservar sus ritos, sus costumbres, su lengua. Hay muchas familias sefardíes que desconocen su lugar de origen. Vicente Valero publicó hace algún tiempo, en Periférica, Los extraños , una novela sobre esos parientes de los que nunca se habla, de los que no se sabe casi nada, porque fueron- fueron raros. No encajaban en las morales de la época (cada época ha tenido la suya), se rebelaron contra el patriarca, fueron mujeres. Algunos escribieron su historia: quizá esa sea la única manera de permanecer. Escribirlo todo. Pese a todo. Contra todo.

En familia, Aran Dramática. Viernes, 15 de abril. nueve de la noche. Sala Trajano (Mérida)

El Cerco de Numancia. Verbo Producciones. Viernes, 15 de abril. nueve de la noche horas. Teatro Carolina Coronado (Almendralejo)

Diego García, El Twanguero. Sábado, 16 de abril. 22.30 horas. Sala Aftasí (Badajoz)

The Gagfather. Yllana. Sábado, 16 de abril. 20.30 horas. Gran Teatro (Cáceres)

Exposición Erensya 2016. Del 15 de abril al 8 de mayo. Centro cultural las Claras (Plasencia)