La ceremonia de los premios Ceres celebrada el pasado jueves en el Teatro Romano de Mérida, cuestionada sin apasionamiento, viene a ser una necedad revivida. El llamado acto cultural reivindicativo de "la grandeza del teatro clásico" (según Monago, sin saber que en otra edición ya se dieron premios) no se ha digerido bien ni como espectáculo, ni como algo lógico de unos premios ajenos (que en el apartado del voto del público han sido un tongazo reburujado por el director, que ha colado descaradamente su coproducción), ni como política cultural de nuevos gobernantes con un funcionamiento "generosísimo", que sonroja a golpe de chequera en tiempo de crisis. Sin embargo, no puedo despachar la actividad, que ha costado 986.857 euros, con una simple calificación despectiva, sin antes haber indagado y discurrido profusamente sobre esta imagen de cultureta teatral de intereses organizada en la región.

Sepan que hace un par de años, cuando aún dirigía el Festival Paco Suárez, criticaba desde estas páginas las novatadas y despropósitos de unas propuestas artísticas faltas de verdadera orientación, objetivos y fundamentos que valoren el hecho teatral grecolatino, donde se incluían ridículas galas inaugurales y de clausuras (para la entrega de premios), anunciadas a bombo y platillo como "fiestas teatrales" --presuntuosas de pompa y glamour a la americana, con alfombra roja para la entrada al teatro de autoridades y artistas--, que no representaban ningún avance en la calidad y definición del Festival.

Con aquel panorama de decepción, mi perplejidad en la edición de este año ha sido ver el mismo 'totum revolutum' artístico y despojó al festival de personalidad grecolatina en este acto de clausura, producto de la irrefrenable atracción del escaparatismo necio (tal vez consustancial a la gestión política sea cual sea su color) que, en estos momentos de recortes y prioridades, es una mancha negra de la cultura de esta región, dándose la paradoja en la denuncia que han mantenido estos nuevos responsables culturales sobre la gestión anterior --de desastre artístico y descomunal despilfarro-- que había dejado un agujero negro en las cuentas del patronato (angustiado por el embargo económico hecho desde algunas compañías teatrales participantes y por la intervención del Tribunal de Cuentas).

En este sentido, no entiendo cómo el festival tropieza ahora con el mismo pedrusco teatral. ¿Qué tienen que ver estos premios a obras modernas, que naturalmente no se han visto en el teatro romano, con la grandeza del teatro clásico, señor Monago? Absolutamente nada. Entonces, lo que se nota de este error cultural es el afán rápido de notoriedad entre torpes responsables culturales y un grupito de artistas chafandines (y de pícaros críticos teatrales del jurado, muy bien pagados, que no habían hecho ninguna critica de las obras del festival, porque no vinieron) que se han prestado a este juego dispuestos a tergiversar la evidencia. No creo, pues, que esta edición del festival pase a la historia posicionando a Mérida dentro del mapa teatral nacional (según el director Cimarro), porque la ceremonia ha sido muy poco cultural y mediocre para lo que ha costado. Bien podrían haber invertido ese dinero en incluir algún espectáculo más, en mejorar la calidad de los que han participado (por ejemplo, en las coreografías de 'Las Bacantes', en potenciar los sub-coros que existían en el texto de 'Ayax', en facilitar adecuados programas de mano donde figuren los personajes...) y en reducir el precio de las entradas para llenar el teatro (que ha tenido un considerable descenso de público, que silencian). Esto sí es invertir con rentabilidad cultural.

Y, sobre todo, porque esta modalidad de premios ya existe: los Max de las Artes Escénicas, mejor organizados y consolidados. Y en esta argumentación, me permito sugerir a todos estos artistas foráneos que tanto énfasis han puesto en elogiar la idoneidad del marco incomparable para celebrar los premios, que lo pidan a la organización de los Max, para que de esta manera se puedan celebrar en Mérida, pero fuera del contexto grecolatino del festival. Así, en vez de pagar los extremeños, por el contrario, tal vez se podían beneficiar del alquiler del teatro.

En cuanto al espectáculo ofrecido ha consistido en un sugerido banquete de forma 'platónico' muy simplón, protagonizado por un grupo de actores conocidos, mezclado con atractivas proyecciones sobre la fachada del teatro (con las técnicas que ya se vieron en la obra de 'Agripina' de los extremeños de Arán Dramática, y que aquí paradójicamente cuentan la construcción del teatro romano con los dioses griegos) y la actuación de cantantes de ópera y de flamenco lejos de esa coherencia de ideas y contenidos grecolatinos, presentado por Carlos Sobera, un tanto empalagoso por repetir la gala otro año y por elogiar un festival que no ha visto. A los actores se les notaba su falta de ensayos, por el poco juego escénico (solo salvo la presencia escénica y excelente dicción de Juan Echanove), lo mismo que el coro que declamaba con esa 'prosodia' de colegio.

En fin, seguimos dando palos de ciego con estos nuevos responsables culturales incapaces de imaginar, diseñar y construir un festival que nos lleve a la gran fiesta de la grecolatinidad.