Nacido en 1900, de niño, Antoine de Saint-Exupéry, en plena era de los inicios de la aviación, construyó una máquina voladora sujetando sábanas a varas de mimbre en su bicicleta, que no levantó, claro, un dedo del suelo. Con solo 12 años engatusó a un piloto de un aeródromo diciéndole que tenía permiso de su madre y este le subió al aeroplano. Fue su primer vuelo. El último fue un 31 de julio de 1944, el jueves se cumplen 70 años. Pilotaba un Lightning P-38 en una misión de reconocimiento sobre posiciones alemanas al este de su Lyón natal, en la segunda guerra mundial, pero nunca regresó. En 1998, un pescador halló en sus redes, frente a Marsella, la pulsera del autor de El Principito , con su nombre y el de su mujer, Consuelo Suncín, grabados; en el 2004 encontraron los restos de su avión y, en el 2008, el expiloto alemán de 88 años Horst Rippert confesó que fue él quien le derribó.

Un año antes de desaparecer, Saint-Exupéry había llegado a la cima de su trayectoria literaria publicando el que se convertiría en un clásico y en la obra más traducida del siglo XX (a más de 250 lenguas), con 145 millones de ejemplares vendidos. El Principito vio la luz por vez primera en Estados Unidos en 1943, en doble edición, en traducción al inglés y en el original francés.

Ahora, a los 70 años de la muerte de Saint-Exupéry, llega a España el homenaje del dibujante checo Peter Sís (premio Hans Christian Andersen 2012), que en El piloto y el Principito (Sexto Piso) recorre su biografía, poniendo el foco en su faceta de aviador, en un curioso y bello álbum ilustrado con acuarelas, que juega con la tipografía, el diseño de las páginas y niveles de lectura, y que, como el cuento-parábola del niño rubio y de bufanda al viento llegado del asteroide B-612, cruza barreras entre niños y adultos. Sís, autor de El coloquio de los pájaros y afincado en Nueva York, recuerda cuánto le impresionó El Principito cuando su padre se lo regaló de niño. "Pensé que era un libro hermoso que trataba sobre lo hermosa que puede ser la vida".

Sís lo salpica de anécdotas, como que mientras volaba, incluso cuando con máscara de oxígeno, solía leer y escribir --"su cabina estaba repleta de pelotas de papel"--; que le gustaba jugar al ajedrez, hacer aviones de papel y sorprender con juegos de cartas y magia a sus amigos, a quienes no tenía reparo en llamar de noche para leerles lo que había escrito o enseñarles lo que había dibujado de madrugada. También deja constancia de cómo casi se ahoga tras probar un hidroavión, de cómo se tiró en paracaídas desde la Torre Eiffel o de que medía 1,88 metros y casi no cabía en la cabina.

Huérfano de padre, con cuatro hermanos y de familia noble venida a menos, el escritor, muy bohemio, fracasó en su intento de ingresar en la Academia Naval y su madre le pagó lecciones para volar en las Fuerzas Armadas. En el servicio militar tuvo, en un vuelo no autorizado, el primero de muchos accidentes.

ABRIENDO RUTAS Tras una etapa en el Ejército pasó a la aviación civil, siendo uno de los pilotos pioneros que repartieron el correo en avión, abriendo rutas por todo el globo. Antes de cruzar el charco en la ruta de Sudamérica, se estrenó en la línea Casablanca-Dakar, y cuando estuvo a cargo de un aeródromo en cabo Juby, vivió en soledad en una choza de madera. La experiencia de esos años la reflejó en El aviador (1926), Correo del Sur (1929) y Vuelo nocturno (Premio Fémina 1931, llevado al cine con Clark Gable).

Cuando la aerolínea quebró, ejerció de periodista en Vietnam, Moscú y España (pasó por la Barcelona de la guerra civil) y su escritura siguió fructificando, sobre todo, con Tierra de hombres (National Book Award y Gran Premio de la Academia Francesa 1939) y Piloto de guerra , sobre sus reconocimientos aéreos en 1939 y 1940, libro que envió firmado a Roosevelt agradeciéndole que EEUU "asumiera la gran responsabilidad de salvar al mundo". Exiliado en Nueva York, donde no sabía inglés, lejos de su patria y acusado por De Gaulle de colaborar con el régimen de Vichy, se sentía mal. Allí logró que, con 43 años, le reclutaran para misiones en Africa y Europa, y allí escribió El Principito , con sus mensajes de tolerancia, amistad, paz y ecología, fue su forma de evadirse hacia su infancia. En la dedicatoria, a su amigo León Werth, que quedó en la Francia en guerra, recordaba: "Todas las personas grandes han sido niños antes. (pero pocas lo recuerdan)" El sí.