Barcelona, Buenos Aires, París, Londres, México, Lisboa..., pero, sobre todo, Madrid. Miles de personas salieron ayer a la calle para expresar, primero, su repulsa al cerco judicial que sufre Baltasar Garzón y, segundo, para dar un inesperado giro al debate de la transición en España. Con lágrimas en los ojos, los descendientes de las víctimas del franquismo se manifestaron con las fotos de sus familiares desaparecidos. Era una imagen muy argentina y, hasta ahora, muy poco española de la lucha contra el olvido de los crímenes.

A ellos hizo referencia el manifiesto que leyeron Pedro Almodóvar, Almudena Grandes y Marcos Ana, el preso que más tiempo ha pasado en las cárceles franquistas (23 años): "Nadie puede ignorar que los 113.000 cadáveres que, todavía hoy, siguen enterrados en cunetas y descampados, son la prueba de un proceso de exterminio sistemático de una parte de la población, que solo puede entenderse como un crimen contra la humanidad". La jornada de protestas en defensa de Garzón puso de nuevo a prueba las costuras del pacto de la transición.

Una veintena de capitales españolas ejemplificaron el clamor antifascista que, con el magistrado como punta de lanza, exige justicia con las víctimas, al tiempo que protesta por que el juez pueda ser procesado por querer investigar un periodo de la historia de España por el que nadie se ha sentado en el banquillo. La izquierda política y judicial, que prendió la mecha de la iniciativa en las universidades, cedió ayer el protagonismo a los represaliados.

En las manifestaciones había algo más que Garzón. Había un antifranquismo y la reivindicación de una revisión de la transición hasta ahora latentes. Eso explica la presencia de fotografías de los desaparecidos, tanto en la manifestación de Madrid como en la concentración de Barcelona. En ambas ciudades se guardó un minuto de silencio por las

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