Un día, en charla informal, pregunté a Alfredo Pérez Rubalcaba cómo pensaba que podía evolucionar determinada cuestión en el plazo, pongamos, de un año. La respuesta del hoy vicepresidente, ministro del Interior y posible delfín de Zapatero le define en alguna medida: "¿Un año? Mira, Pepe, yo no veo más allá de una semana".

Evidentemente exageraba pero Rubalcaba (Solares, Cantabria, 1951) mostraba elocuentemente su prodigiosa capacidad como táctico. Dispone de unas luces cortas de gran potencia y de una fulminante rapidez en la respuesta a los acontecimientos que quizá le venga de cuando fue campeón de los cien metros. Son habilidades muy útiles cuando las cosas cambian a una velocidad vertiginosa y con frecuencia de forma peligrosa. En realidad, actualmente, esta táctica puede ser la mejor estrategia.

Un hombre con tal rapidez de reflejos es muy valioso para alguien que, como Zapatero vive al día, no solo por necesidad sino por determinación doctrinal. Juan José Laborda, el que fuera presidente del Senado, le conoce bien pues era su jefe como secretario general del PSOE de Castilla y León cuando el hoy jefe del Ejecutivo era secretario general de esta última provincia. Pues bien, Laborda discutía entonces con su subordinado, mucho antes de que Zapatero alcanzara la secretaría general del partido, sobre la doctrina de este, que denominaba "de democracia instantánea", que consiste en fijar la acción de gobierno en razón de lo que la gente pide en cada momento; una doctrina que, ya como presidente, aplicó en el Parlamento como "geometría variable". Semejante rapidez de reflejos le permitió a Rubalcaba una intervención fulgurante a raíz de la masacre del 11-M y en vísperas de las elecciones del 2004 que en mi opinión fue el factor decisivo para que su partido llegara al poder.

Manejo de la prensa

Para que su tacticismo tenga el mayor efecto necesita un inteligente manejo de la prensa, que es la primera especialidad del cántabro. Lo demostró en el Gabinete de González en el que ocupó, entre otros cargos, el de portavoz del Gobierno, y lo ha probado cuando el PSOE fue desplazado del mismo en 1996.

Este es otro punto de acuerdo con Zapatero, que entiende la política como la consecución de una buena foto y de un buen titular. Cuando Jesús Quijano, Chuchi para los compañeros del partido, le cede el puesto en el Comité Federal del mismo como representante del PSOE de Castilla y León, Zapatero --que no tiene cartera propia en dicho Comité-- se adscribe a la secretaría de Comunicación que desempeña Rubalcaba con maestría.

Voy a contar a este respecto dos anécdotas significativas. La primera es que Rubalcaba llamaba personalmente, a diario, a los tertulianos que participaban en programas de radio y televisión y a periodistas influyentes para darles la buena doctrina sobre los acontecimientos del momento. La segunda es su evidente influencia en el grupo Prisa. Un día había quedado en recoger en el periódico a un directivo de El País para irnos a cenar. Como mi amigo se retrasaba le pregunté: "¿Tenéis problemas con el cierre?". Y él me lo aclaró: "Está ya todo pero falta el cierre Rubalcaba". Había que esperar a que Alfredo echara una última ojeada a las páginas del diario.

Sin vida privada

Felipe González suele comentar en privado: "Alfredo es de los pocos tíos que conozco que sigue creyendo que la información es poder, pero el poder ya no es la información, sino saber qué hacer con tanta información". Pero Rubalcaba también sabe qué hacer con la información y cómo utilizar a quien la proporciona. "A mí me ha llamado muchas noches --me dice un ministro-- para decirme que El País va a sacar tal cosa, así que habla con Menganito para ver si puedes parar el golpe".

Y, sin embargo, Rubalcaba sabe que la prensa quema y huye como del diablo de las entrevistas en medios escritos. Prodiga sus intervenciones en radio y televisión, donde las palabras se las lleva el viento, pero rehúye a los diarios, consciente de que las hemerotecas le pueden jugar en el futuro una mala pasada.

Rubalcaba es un político químicamente puro. Estudió química, pero solo le interesa la política, a la que se dedica las 24 horas del día y a la que aplica algunos principios de su carrera. Su vida privada está plenamente subordinada a su pasión política. En el 2000, José María Aznar ganó por mayoría absoluta, Joaquín Almunia dimitió irrevocablemente y se produjo un vacío de poder en las filas socialistas que habría de llenarse en el 35º Congreso. Rubalcaba, que había colaborado estrechamente con Almunia, tomó partido por el candidato del aparato, José Bono, frente a un joven diputado casi desconocido del que apenas se recordaban intervenciones parlamentarias.

Rubalcaba actuó como el jefe del Estado Mayor del entonces caudillo de Castilla-La Mancha. El Congreso lo ganó Zapatero