Había irritación, quizá solo desánimo, en el policía de la frontera de Melilla: "¿Está esperando el Gobierno español a que maten a uno de los nuestros para implicarse?". Una hora después llegaba otro agente, que alertaba de que la frontera del Barrio Chino, que separa el territorio español de la ciudad marroquí de Nador, se había cerrado 30 minutos por los apedreamientos. "¿Quiénes han sido? ¿Los de siempre?", le preguntaron. Los de siempre son grupúsculos de marroquís que tienen prohibida la entrada a Melilla y que campan a sus anchas por el supuesto espacio de seguridad de la frontera con el propósito de agredir a policías españoles, dice Cristóbal Olivella, presidente del sindicato Unión Federal de la Policía.

Los alborotadores se pasan el día arremolinados a los pies de la línea fronteriza, esperando a que alguien prenda la mecha. "En cuanto impedimos el paso a un individuo porque lleva mercancía ilegal, hay follón", dice el agente. Vuelan piedras, botellas y todo tipo de objetos punzantes contra los policías españoles, siempre en la diana de los agitadores.

CONNIVENCIA MARROQUI Es un miércoles. Ocho de la mañana. Todo parece tranquilo en el puesto de Beni Enzar, uno de los más delicados. Allí están los alborotadores, en tierra de nadie, mientras los agentes marroquís "no hacen nada para evitar las agresiones". No solo eso, sino que "participan en los ataques", acusa un policía, que levanta la cabeza y señala el convulso espacio de seguridad, donde radica el problema.

Son 200 metros sin resquicio de asfalto, convertidos en lodo durante el invierno por las lluvias. Una pila de basura en el suelo refleja que tanto la frontera que separa los dos vecinos, el primer mundo del continente más pobre, como el espacio que "progresivamente ha sido ocupado" por las autoridades marroquís están dejados. Mientras no terminen las obras en el lado marroquí que tienen como objetivo crear unos carriles asfaltados, "esto no podrá llamarse frontera", aseguran los agentes.

Su indignación es comprensible. Desde esa supuesta zona neutral, la policía y la Guardia Civil españolas reciben todo tipo de agresiones, que en los últimos meses se han incrementado sin que nadie mueva un dedo. Un policía español fue casi noqueado de un par de puñetazos en la cara en la frontera de Farhana. Requirió atención hospitalaria. Solo un día después, en el puesto de Beni Enzar, otro agente recibió dos patadas en la pierna y tuvo que ser ingresado. También un joven destinado recientemente al perímetro fronterizo espera someterse pronto a una operación quirúrgica. Le rajaron la cara con una navaja.

CONDICIONES "INSOPORTABLES" No son casos aislados. Una veintena de funcionarios españoles de la frontera de Melilla están de baja por agresión, depresión o ansiedad. Las condiciones en que trabajan "se hacen insoportables", comenta un agente de la Guardia Civil. "Estamos desprotegidos, no podemos defendernos. ¡Que venga Rubalcaba y lo vea!", añade.

En tierra de "nadie", que no es de nadie porque los agentes marroquíes se mueven con toda libertad, "los españoles tienen vetada la entrada por orden del Ministerio del Interior", añade el guardia civil, atento a cada movimiento de los vehículos, pasajeros y porteadores de mercancías. Un día sí, un día no, intentan pasar fardos de contrabando y a inmigrantes en los bajos de los coches. Solo por Beni Enzar cruzan 30.000 personas diarias, y las colas de los vehículos se hacen interminables en muchas ocasiones, provocando la cólera entre los viajeros.

La inexistencia de un protocolo de actuación complica el trabajo de los cuerpos de seguridad, un sinsentido que llegó al extremo en la Nochebuena del 2008. Un hombre español de 70 años apareció muerto en la franja.