"El señor Aznar es un buen amigo del presidente Bush. Lo ha recibido como persona privada. Es el antiguo jefe de Gobierno español, y no tengo nada que decir". El portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan, describió con este laconismo el encuentro de ayer de George Bush y José María Aznar en la Casa Blanca, al que también asistió el secretario de Estado, Colin Powell.

Fue una reunión casi clandestina, vetada a los medios. En otras circunstancias, ninguno de los dos interlocutores hubiera tenido reparos en airear la cita. Todo lo contrario. Pero a ninguno de los dos amigos le venía bien esta vez un alarde de publicidad.

A Aznar, porque en el PP crece el malestar por su visita, que se produce en pleno escándalo por las torturas en Irak y con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina. A Bush, porque no le conviene exhibirse con un aliado que ha perdido las elecciones, en plena precampaña electoral estadounidense.

Aunque se trata, como insiste el PP, de una visita privada, el encuentro hubiera podido tener alguna escenificación si los interlocutores lo hubieran deseado. Pero el horno electoral no está para bollos. Según McClellan, Aznar acudió con un "grupo" de acompañantes a su encuentro con Bush. Algunas fuentes sostienen que con el expresidente viajaron, entre otros, su yerno, Alejandro Agag, y el que fuera su asesor de política internacional en la Moncloa, Ramón Gil-Casares.

Fuentes del PP sostienen que en la financiación del tour norteamericano han participado la universidad californiana de Chapman y la de Georgetown (Washington), donde Aznar dará clases a partir de otoño.