La rendición no es una opción, sostiene Carles Puigdemont. El 'president' nombrado en cuestión de horas quiere pasar a la historia y se lo juega todo a una carta en unos meses. Y la carta se llama confianza...o casi fe en la posibilidad de éxito de la convocatoria de un referéndum, primero, y de la independencia, después.

Este presidente atípico ha mostrado en su primer año un desparpajo y naturalidad superiores al de su antecesor, pero también ha exhibido debilidades. La primera, el nombramiento fallido de su sucesor en la alcaldía de Girona. La segunda, un 'match ball' que le endosó la CUP a las primeras de cambio vetando los primeros presupuestos del 'president' más independentista de la historia reciente. De este último revés se recuperó doblando la apuesta, ampliando el desafío. Es decir, estando dispuesto a perder. Se lo jugó en una cuestión de confianza que también le salió bien a medias. Sí, la CUP dio el sí, pero no el sí a los presupuestos, todavía. Se verá en las próximas semanas pese a que en Palau son optimistas... en este como en casi todos los frentes.

El desparpajo de un 'president' 'echao p'alante' le ha llevado a formular promesas de dudoso cumplimiento, en el terreno de las políticas sociales: revertir los recortes de Mas y aprobar 45 leyes en poco más de un año de legislatura. No, la política social no será por lo que se juzgue a Puigdemont, pero sí es un frente clave por si mismo (la crisis ha aumentado las desigualdades, el empleo es más que precario, y siguen pendientes cuestiones como la reforma de la renta mínima o la renta garantizada de ciudadanía, promesas ambas del programa de Junts pel Sí) y porque el socio dentro del Govern, ERC, se suponía que estiraría al Govern hacia políticas más progresistas. Lo insinuó con una reforma del IRPF pero en ello se quedó la cosa: en insinuación.

CAMBIOS EN LA HOJA DE RUTA

También hay que hablar de desparpajo o de falta de consistencia según los partidos de la oposición- cuando se recuerda que en la famosa hoja de ruta soberanista Puigdemont, nada más llegar al Palau y ser entrevistado en TV-3 se sacó de la manga que en el plan no constaba la declaración de independencia. Sí estaba, sí está, lo que pasa es que con la cosecha electoral lograda por el independentismo (un 48% de votos, menos de lo necesario en términos plebiscitarios; y una mayoría que depende de un partido radicalmente distinto a CDC como es la CUP) ha obligado y obliga al 'president' y al soberanismo a hacer equilibrios para mantener el rumbo sin encallar a las primeras de cambio y sacar de la manga un referendum 2.0 esta vez sí supuestamente vinculante.

Pero no, no será por la mejora o no de la Renta Mïnima por lo que se juzgará a Puigdemont ni por lo dicho y hecho hasta ahora, ni por su habilidad y modernidad en el uso de las redes sociales ni por su relativo conocimiento de las políticas sectoriales de su Govern (ninguna idea especialmente significativa en materia laboral, educativa, sanitaria o medioambiental) sino por su capacidad de gestionar un Govern compuesto por CDC y ERC -de momento, salvo un primer encontronazo con Junqueras, la relación es fluida pese a los recelos existentes- y sobre todo por su habilidad para llevar a cabo el referéndum y dejar el país a las puertas de la independencia.

En este terreno Puigdemont hace llegar desde el primer día una voluntad de hierro, basada en su trayectoria personal en el independentismo. Su lenguaje es siempre afilado y no concede ni un milímetro a la tradicional conllevancia convergente con el Estado. A lo sumo, ha hecho un movimiento reciente de tacticismo -a beneficio de inventario- para tratar de atraer a los 'comuns' al referéndum unilateral: un Pacte Nacional (parece que cada 'president' ha de tener su Pacte) pel Referèndum, para ofrecer por enésima ocasión al Estado una consulta pactada. Con el 'no' previsible y ya verbalizado por Rajoy (y escrito en la ponencia del congreso del PP de febrero), Puigdemont podrá presionar aún más al espacio político de Ada Colau en lo referido a la unilateralidad.

El desparpajo citado respecto al 'president' y su trayectoria le llevan a trasmitir convicción, firmeza y decisión. Y si se añade a ello el secretismo sobre la ley de transitoriedad y sobre los preparativos del referéndum no pactado, nos encontramos ante el núcleo de la cuestión: el año de Puigdemont, el factor personal como clave política.

Pero esta convicción sin duda tiene más de una grieta. Por ejemplo, Puigdemont confiaba en que el 48% de apoyos al secesionismo -constatado en las elecciones- iría creciendo. No es lo que indican las últimas encuestas publicadas, incluida la del Govern a través del CEO. Otra grieta es la del propio partido del 'president', el nuevo PDECat, donde no faltan quienes no lo ven todo tan claro ni nítido y sí, se piensa en las elecciones.

Y si son elecciones lo que se convoca y no un referéndum entonces aparece de nuevo el factor Puigdemont, porque el 'president', además de desparpajo y voluntad, tiene cabezonería en ciertos temas, como el de no volverse a presentar, como pactó con su antecesor.