El 1 de octubre del 2004, Alberto Ruiz-Gallardón, con rostro grave, se asomaba al atril de los oradores en la apertura del 15º congreso del PP para invitar a los 3.028 compromisarios, aún conmocionados por la derrota del 14-M, a hacer un ejercicio de reflexión. "Algo habremos hecho mal", se atrevió a decir el alcalde de Madrid, en una intervención que valdría la pena rescatar ahora de la hemeroteca, y que desató las iras de la cúpula del PP.

Seis meses después de la derrota de marzo, el congreso certificaba que el PP no estaba dispuesto a practicar el sano ejercicio de la autocrítica, no solo por los cuatro años de mal administrada mayoría absoluta --de "malentendidos entre el partido y la sociedad", lo definió con elegancia Gallardón--, sino por la desastrosa gestión de los tres días que siguieron al atentado del 11-M. La cuestión estaba clara: si alguien había robado al PP la victoria con artimañas al límite del reglamento, había que pagarle con la misma moneda para devolver las cosas lo antes posible a su situación anterior. Y así hemos pasado cuatro años. Guerra abierta en todos los frentes, con los mismos mariscales que llevaron al PP a la derrota, en una apuesta a todo o nada, sin aliados ni cómplices porque, enfrente, el PP solo veía vendepatrias y disgregadores.

En esa tesitura, el Rajoy que aceptó capitanear la nave estos cuatro años con el rumbo que le habían establecido, ha decidido, con mayor o menor determinación --eso habrá que verlo en las próximas semanas--, que es tiempo de dar un golpe de timón. Que los peligros que acechan a España no son precisamente que ni a corto ni a largo corto plazo "los vascos hablen solo vasco y los catalanes, solo catalán", como el martes vaticinaba Mayor Oreja. Los ciudadanos esperan de los populares algo más que una obsesión insana por sus propios fantasmas.

El órdago de María San Gil es la demostración más clara de que los que quieren tumbar el tímido giro centrista del partido, del cual el miércoles tuvimos una estimulante muestra tras el atentado de Legutiano, van a ir a por todas. Si no es a ganar el congreso de junio, sí a hacerle a Rajoy la vida imposible estos 3 años para quemarlo como candidato en el 2012.

Mariano Rajoy tiene una papeleta difícil y, contra lo que pueda parecer, tampoco va a encontrar mucha comprensión fuera del partido, porque no son tantos los interesados en que el PP se centre.

Los socialistas, porque la polarización espolea el voto útil para parar a la derecha, y los nacionalistas, porque todo lo que aleje al PP del PSOE frena la tentación de diseñar España a imagen y semejanza de los dos grandes, al tiempo que revaloriza sus activos. Cosas de la política de vuelo gallináceo, tan en boga por estas españas.