Aznar confesó ayer que se sale un poco. El expresidente del Gobierno se refería a la agenda y al perfil que se fijó cuando dejó la Moncloa y se mudó a la fundación FAES. Y es que anoche se trataba de presentar la reedición de dos libros de Pedro J. Ramírez: Amarga victoria y El desquite , ahora reeditados en un pack navideño bajo el título El triunfo de la información . Así que aceptó el encargo porque, dijo, "somos viejos conocidos y, a nuestro modo, amigos".

Su entrada en una sala abarrotada por unas 300 personas de pie y dejándose las manos en los aplausos fue triunfal. De hecho, entre sus seguidores hay hasta coleccionistas de sus palabras, porque algunos de los asistentes pidieron una de las copias de su discurso que la organización del acto reservaba para los periodistas.

Ana Botella, Rajoy, Acebes y Zaplana también fueron muy bien recibidos. Pero el aplaudímetro registró el récord con Esperanza Aguirre y con el conductor de las mañanas de la COPE, Federico Jiménez Losantos, que se disponía a escuchar una encendida defensa de la libertad de expresión y en contra de "la persecución y el acoso" al que le somete el Gobierno socialista, "que acalla al discrepante y disuade al que se aparta de la corrección política".

Aznar sostuvo que con él en el poder eso no pasaba. Que con el PP, "la libertad de opinión no disminuyó, sino que aumentó". Que ahora no se puede enaltecer la transición "sin ser tachado de fascista". Y más "en una parte de España, en Cataluña para ser exactos, donde no se puede opinar que el actual Estatuto es mejor que el proyecto presentado sin ser estigmatizado, apartado y condenado al ostracismo".

Al fin y al cabo, ya había dicho que se iba a salir un poco. Y siguió. Nunca se ha visto a gente más contenta de oír que España "vive una crisis nacional muy seria y grave" porque los socialistas "han vuelto a crearla". La semejanza con los últimos años del felipismo la ve en "escándalos" como los "créditos privilegiados y los intentos de controlar empresas", y en la táctica de "no investigarlos, ocultarlos e intentar decir que todo el mundo lleva barro encima".

Pero no cree que la situación que propició su primera victoria sea igual que la actual. Ahora "está en juego España" y él le ha dado vueltas a la cuestión y se ha preguntado si es que "estaba abocada a convertirse en un ente casi inexistente". La respuesta es no. Y el truco es que él pactó con los nacionalistas "muchas cosas menos una: reformar la Constitución o los estatutos". No quería dejar una "España centrifugada".