Hay heridas que tardan en sanar. Cicatrizan antes las que están a la vista y se pueden orear, pero las morales, ocultas en los recónditos pliegues de la mente, son difíciles de cerrar. Lentamente, la herida del 11-M empieza a restañar en el alma de los españoles, pero sigue sangrando en las tripas de muchos de sus dirigentes. El poder balsámico del cambio político registrado hace justo un año parece haber calado más en la ciudadanía que en la oposición conservadora.

"Un cambio tranquilo". Eso fue lo que prometió José Luis Rodríguez Zapatero tras su victoria electoral. Desde entonces intenta pasar página de aquellas negras jornadas y abrir una nueva etapa política. Justo lo contrario que el PP, que todavía mira al retrovisor y se pregunta quién conspiró para arrebatarle el poder que le correspondía.

El talante, el diálogo y el cumplimiento de sus promesas han sido el santo y seña de Zapatero. Un proyecto diseñado en contraposición al hosco modo de gobernar de Aznar en su último mandato y que, al aflorar en las dramáticas circunstancias del 11 al 14-M, provocó la derrota de Mariano Rajoy.

La retirada de Irak

En los últimos 11 meses, desde que preside el Gobierno, Zapatero ha materializado tantas promesas como enemigos se ha granjeado. La primera, para satisfacción de una abrumadora mayoría de los ciudadanos, la retirada de las tropas desplegadas en Irak, por la que EEUU aún sigue pasándole factura.

Con la oposición de la derecha en sus múltiples versiones --política, mediática, judicial, episcopal...--, Zapatero se ha aliado con el eje franco-alemán; ha aprobado una ley contra el maltrato a las mujeres; ha anulado el trasvase del Ebro; ha agilizado el divorcio; ha legalizado las bodas gays; ha abordado un proceso de regularización de inmigrantes con trabajo; y ha construido un clima político de diálogo sólo equiparable al de la España de la transición.

Como exponente de su talante, en sólo un año ha mantenido cinco reuniones con Rajoy como jefe de la oposición, más que Aznar en ocho años en la Moncloa. Además, la crispación territorial es ya historia: Zapatero recibió a todos los presidentes autonómicos, los reunió en el Senado y abortó el plan Ibarretxe. Y, por si fuera poco, impulsa la reforma de la Constitución y los estatutos sin que España acabe de romperse.