El 7 de mayo del 2009, José Blanco visitó por vez primera Barcelona como nuevo ministro de Fomento en una maratoniana jornada que ejemplifica su rol actual. Primero se entrevistó con el presidente de la Generalitat, José Montilla, para desencallar el traspaso de la gestión de Cercanías. Posteriormente visitó con el alcalde, Jordi Hereu, las obras del AVE en la Sagrera y la nueva terminal del aeropuerto de El Prat. Y cerró el día en la sede del PSC, donde se reunió con la cúpula del partido.

Ningún otro dirigente socialista puede exhibir una agenda similar, lo que en tiempos de recesión y dificultades para el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero le ha llevado a intensificar en los últimos meses su actividad en el partido, apoyado en la bicefalia que le otorga ser el vicesecretario general del PSOE y el titular de una de las principales carteras del Ejecutivo. Aunque no siempre, Blanco suele aprovechar sus numerosos viajes como ministro de Fomento para doblar la jornada y atender a las obligaciones que tiene como número dos socialista. Tarea que comparte con la secretaria de organización, Leire Pajín, con la que ha mantenido desencuentros por su celo en llevar las riendas del partido.

NUMEROSOS INCENDIOS Una discusión que ahora ni se plantea ante los numerosos incendios que tiene que apagar el PSOE por la perseverancia de la recesión y el azote del paro en plena presidencia de turno de la UE. Por todo ello, se ha convertido en habitual que Blanco combine en un mismo día --y en una misma entrevista-- declaraciones que tan pronto sirven para atacar al PP como para explicar su decisión de rebajar por decreto el sueldo y los privilegios de los controladores aéreos.

Esa última iniciativa, adoptada con urgencia en el Consejo de Ministros que debía aprobar la propuesta de reforma laboral, y que acabó postergándose para que Zapatero la presentase antes a los agentes sociales, evidencia también el peso específico que está ganando en un Gabinete que pasa por horas bajas a la espera de su renovación este verano. Blanco acabó vinculando el decreto, en un deliberado giro populista, a la crisis económica. "No es tolerable que empleados públicos estén cobrando sueldos millonarios, cuando desde el Gobierno se está pidiendo a los españoles austeridad", aseguró.

Fiel a su estilo, Blanco está negociando personalmente con los grupos parlamentarios en el Congreso de los Diputados el nuevo modelo de gestión aeroportuaria. Un plan que le está permitiendo entrar en contacto directo con los municipios y autonomías afectadas, muchas de ellas gobernadas por el PSOE. "Es más fácil entenderse con un ministro que conoce la cocina del partido", dice un alcalde socialista con el que negoció recientemente.

En la dirección del PSOE, Blanco no encuentra prácticamente detractores públicos, en una mezcla entre el apoyo sincero de su entorno más cercano y el temor a quien es considerado unánimemente como el hombre que dirige el aparato socialista. "Tal y como están las cosas, su presencia es imprescindible", asegura un miembro de la ejecutiva. Consciente de que su estrella en alza, unida a la hiperactividad que le caracteriza, le pueden dar excesivo protagonismo ante un Zapatero que no pasa por su mejor momento de popularidad, Blanco ha insistido en defender la candidatura del presidente a una segunda reelección en el 2012.

COMPROMISO CON ZAPATERO Quienes le conocen subrayan su compromiso con el jefe del Ejecutivo, al que acompaña desde que en el 2000 le ayudó a convertirse en el líder socialista. Pero tampoco faltan los que le responsabilizan de haber fomentado, precisamente, el debate sucesorio cuando aún quedan dos años para las generales.

Para curarse en salud, y como buen gallego, Blanco recurre a la discreción. "La tarea de gobierno no tiene por qué ser emocionante. En realidad, es mucho mejor que no lo sea", escribió la semana pasada en su blog.