Cada día que pasa sin que las familias de personas desaparecidas el 11-M las hallen en los hospitales aumenta su desesperación. Aunque algunas ya empiezan a resignarse a lo inevitable, otras, como los parientes y amigos de Javier Guerrero Cabrera, se rebelan, y han empezado a acudir a los medios de comunicación. Su cuñada, Sandra Espinosa, mostró ayer su foto en varias televisiones y anunció que, hasta que no sepan qué ocurrió con él, no descansarán.

Javier es un joven de 25 años, alto --1,85-- y "de fuerte complexión", que trabajaba como informático en una empresa que colabora con la Casa Real. Como otros tantos, se dirigía a Atocha la fatídica mañana del pasado día 11, pero nunca llegó. Los investigadores disponen de un dato que les ha convencido de que resultó afectado por el accidente: entre los efectos recogidos en el escenario de la tragedia se ha hallado su carnet de identidad.

Pero Sandra, los padres y la compañera de Javier albergaban ayer por la tarde la esperanza de que sea alguno de los supervivientes herido de gravedad que no está en condiciones de comunicar su filiación y que no ha podido ser reconocido a través de fotografías debido a su estado. Por eso mostró imágenes de su rostro en las televisiones.

En la misma situación estaban ayer más de 20 familias. Los investigadores prefieren no especificar ni la cifra ni las identidades de los reclamados para evitar confusiones o alarmas. Lo que ayer sí se conoció fueron los nombres de ocho cadáveres más, gracias a los resultados de los análisis de ADN. Quedan 27 personas sin identificar.

Seis de ellas serán con toda seguridad rumanas, según la embajada en España, con lo que el número de fallecidos de este país aumentaría a 17. Sería la nacionalidad más afectada. El Gobierno rumano repatriará hoy 10 cadáveres. Otra podría ser la ecuatoriana Liliana Guillermina Acero Ushiña. La embajada de este país informó ayer que sus familiares denunciaron su desaparición el 11-M y han dado muestras de ADN.

Forenses "machacados"

La tarea de identificación es tan dura y emocionalmente tan intensa que los 60 forenses que aún intervienen en ella están al límite de su resistencia. "Están machacados. Aunque su trabajo diario es estar cerca del dolor y de la muerte esto nos ha superado", explicó la directora del Instituto Anatómico Forense de Madrid, Carmen Baladía.