Ella fue una de las tres comensales reunidas alrededor de una mesa del restaurante La zepa , en la Parte Vieja de San Sebastián, la tarde del 23 de enero de 1995 en que un etarra irrumpió en el comedor y asesinó de un disparo en la nuca a Gregorio Ordóñez, teniente de alcalde por el PP. El mundo se paró de repente a las 15.20 horas para María San Gil, que a sus 30 años trabajaba como secretaria del grupo municipal popular y ni siquiera estaba afiliada al partido. "No estás preparado para que te maten a nadie delante, y menos de un tiro en la cabeza..."

El recuerdo de aquella pesadilla se ha amortiguado con el tiempo, aunque María San Gil reconoce que los primeros meses después del asesinato sufrió lo indecible. Allí se desató un nuevo desvarío de ETA, que se cebó en los concejales del PP y luego del PSOE. Allí empezó una vida diferente para María, a la que se incorporaron los escoltas. Hoy, la candidata se mueve con cuatro guardaespaldas a su alrededor y añora insignificancias como coger el autobús o circular en moto, como tenía por costumbre. No les odia, asegura. "Aquello ya no me martiriza la conciencia. Pero tampoco perdono, entre otras cosas porque no me han pedido perdón".

María San Gil nació hace 40 años en San Sebastián. Se crió en un barrio de clase media, El Antiguo. Su padre era empresario, tenía una fábrica de papel en Tolosa, época que ella recuerda con vaguedades: "Vivimos los años de la crisis, los problemas políticos, sindicales..." Estudió en el Liceo francés --en esta campaña ha atendido a medios franceses en esa lengua-- y eligió irse a Salamanca para cursar una carrera minoritaria, Filología Bíblica Trilingüe (latín, griego y hebreo). "Es que tuve una profesora de latín muy buena", se justifica. Al acabar, decidió estudiar alemán y se fue a ese país ocho meses a trabajar "como au pair ".

Al regresar, asegura que le costó encontrar trabajo porque no sabía euskera, lengua que estudia si bien no la utiliza en los mítines. Pero para entonces ya colaboraba con Gregorio Ordóñez y, tras su asesinato, se sumergió más en la política. Fue dos veces aspirante a la alcaldía de San Sebastián. En los plenos municipales se encaró más de una vez con los ediles de HB. En los últimos años mantuvo un tenso enfrentamiento con el alcalde, Odón Elorza --socialista más cercano al PNV que sus colegas de partido--, pese a que había llegado a formar parte de su Gobierno.

Discurso populista

San Gil es vivaracha, su delgadez llama la atención, gesticula sin cesar, lleva vaqueros en televisión y se expresa con contundencia. Esa rotundidad le ha convertido en la revelación de la campaña. Sus rivales subrayan que "sólo sabe hablar de una cosa", en palabras de un peneuvista, o sea, de ETA y la connivencia del nacionalismo con los terroristas. Le critican que use un discurso populista y que saque rédito político a la condición de víctima. La candidata reconoce que "el déficit democrático" que, en su opinión, existe en Euskadi motiva su dedicación a la política. "Si viviera en Cuenca o en Madrid estaría dando clases de latín". Y exclama: "¡Pero es que a mí me han perseguido, estando embarazada de ocho meses, con la foto de Valentín Lasarte!", el etarra que mató a Ordóñez y Fernando Múgica, entre otros.

La relación de María San Gil con los nacionalistas es escasa. Salva de la crítica a Josu Jon Imaz, presidente del PNV, por sus muestras de "afecto personal", pero a pocos más. Le enerva Joseba Egibar, que vivía en su mismo edificio. Suele explicar que, cuando él paseaba el perro y ella bajaba la basura con los escoltas, Egibar ni siquiera le saludaba. "Tengo conocidos nacionalistas, pero no amigos con los que salga a cenar; ¡sólo me faltaría eso!".

Conoció a su actual marido a los 15 años, lo que ha permitido que se adaptasen a la situación al unísono. Tienen dos hijas. No se considera valiente: "En mi vida cotidiana siempre he sido muy asustadiza. Pero soy rebelde. No me da la gana que intenten callarme. Y menos con una pistola". Como parece tener claro que sus opciones de ser lendakari son pocas, sentencia que la suya es una carrera de fondo y expresa un deseo: "Espero que el día que yo deje la política esto haya cambiado".