Había runrún en la sede central del PP de que Francisco Granados iba a pedir paso «algún día de estos» para convertirse en protagonista, después de que su exsocio David Marjaliza estuviera colaborando con los tribunales y, según parece, poniéndole las cosas bastante complicadas. Ese runrún se convirtió ayer en una realidad, justo la jornada elegida por Mariano Rajoy para convocar a sus barones autonómicos a almorzar con él, con su vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y su titular de Hacienda, Cristóbal Montoro.

Horas antes de esa cita, Granados, el mismo que dijo hace meses que jamás tiraría de una manta que no existía, se había despachado a gusto delante de un juez señalando a Esperanza Aguirre, Ignacio González e incluso Cristina Cifuentes como conocedores de un sistema de ingeniería financiera que permitía dopar con dinero extra proveniente de la Comunidad, una vez gastado el del partido, las campañas de Aguirre, la jefa, como él se refería a ella durante esa larguísima etapa en la que eran inseparables.

¿Qué pruebas tiene Francisco Granados? Ninguna. Lo que es obvio es que quien durante años fue consejero en Madrid y número dos del partido regional sabe, y mucho, de lo que ocurría en el Gobierno del que era parte y en la organización política en la que participaba.

Credibilidad sin ‘mea culpa’

Otra cosa es que lo que diga ahora, que se encuentra entre la espada y la pared de la justicia por estar acusado de varios delitos graves, tenga más o menos credibilidad o que pueda probarlo, al fin y al cabo la clave del asunto. Sobre todo si opta por no autoinculparse en ningún extremo, algo que le diferencia de quien protagonizó otra declaración-bomba que explotó hace unas semanas sobre la cabeza de los populares: la admisión por parte del valenciano Ricardo Costa de que en el PP valenciano había financiación irregular. Y de que si lo sabía es porque él participaba en esa trama en tiempos de Camps.

Pero en todo caso, Granados sí consiguió amargar la comida a Rajoy y sus invitados en un día en que la dirección popular pretendía tomar impulso frente a la amenaza de Ciudadanos y limar las asperezas que pudieran surgir sobre financiación autonómica. Sobre todo si finalmente se plantea que haya quitas para las autonomías con más problemas y se plantea un supuesto agravio para las cumplidoras.

De eso quería hablar en esa reunión Cristina Cifuentes, entre otros. Pero sin duda ella haría partícipes a sus compañeros de mantel de la situación en la que le dejó personalmente la estrategia seguida por Granados, dado que sugirió que estuvo en el núcleo de poder que tomaban decisiones sobre irregularidades contables en el PP de Madrid y, de paso, le endosó una hipotética relación sentimental con Ignacio González dando a entender que lo que podría considerarse un chascarrillo rosa con o sin base, y en principio irrelevante para la causa, era importante para entender que la ahora presidenta de Madrid fuera partícipe de la política más negra de la era Aguirre.

Que Granados le tenía ganas a quien durante muchos años fuera su jefa y que terminó por darle la espalda y concluir que el exalcalde de Valdemoro del que tanto presumió le había salido «rana», se sabía. Que iría a por González, compañero de gobierno con el que apenas se hablaba e inmerso en su propia maraña de imputaciones delictivas también por corrupción, una obviedad. Más sorprendente es que cargue ahora con tanta virulencia contra Cifuentes.

Cierto es que le había lanzado algún aviso a través de sus escritos registrados en el tribunal, pidiendo que compareciese junto a los otros dos expresidentes de Madrid. Sin embargo, ayer puso en la picota a la ahora responsable de la Administración madrileña y quien, según el PSOE y Podemos, tiene que hacer algo más (le reclaman que vaya a la comisión de investigación del Congreso) que responder que quien le acusa es un «presunto delincuente» que solo busca perjudicar cuando ella no tiene «nada que ocultar».

Granados sabe tanto de la vida interna de su partido que es absolutamente consciente que dirigir el ventilador (por ahora sin pruebas) hacia la presidenta es hacerlo hacia los despachos nobles de Génova. No en vano Cifuentes fue la elegida por Rajoy para poner fin a una etapa, precisamente la de Aguirre y Gonzaléz pero también la de Granados.