Nunca una piscina hizo tanto ruido. Dos concentraciones distintas coincidieron ayer, sin incidentes, a la misma hora y en el mismo sitio de Mallorca, en Sa Marjal, una playa donde el editor de El Mundo, Pedro J. Ramírez, tiene una casa. Más que su casa, el motivo que trajo a los manifestantes hasta ese lugar del municipio de Son Servera fue su pileta, que se encuentra frente al Mediterráneo, en una zona de dominio público marítimo.

Unos, cerca de 300 personas convocadas por 20 organizaciones --entre ellas, partidos como ERC y EU-EV y organizaciones ecologistas--, protestaron por la resolución del Ministerio de Medio Ambiente del pasado 7 de julio, en la que se regula el uso público "limitado" de la piscina y que prescribe que durante ocho meses al año el agua que esta contiene esté a la absoluta disposición del editor de El Mundo . Otros, alrededor de 1.000 personas, muchas de ellas de las Nuevas Generaciones del PP, que fletaron autobuses para asegurar una nutrida presencia de los jóvenes populares, se congregaron por todo lo contrario: para defender que Ramírez disfrute de "sus derechos individuales".

Ambas concentraciones estaban separadas por 300 metros de arena y 60 guardias civiles. Eran de signo ideológico absolutamente contrario. Una, de izquierdas y nacionalista balear. La otra, de derechas y nacionalismo español. Sin embargo, coincidieron en un planteamiento de la cuestión en términos determinantes, como si lo que estuviera en juego no fuera tanto una simple piscina como el futuro de Mallorca en particular y de las Baleares en general.

UNA ENTRE MUCHAS Jorge Campos, de Círculo Balear, un movimiento ciudadano conservador, dijo en su discurso de apoyo a Ramírez que había dos Mallorcas, "la vieja, independentista y caciquil; o la nueva, tolerante", lo cual supone una curiosa interpretación del pasado de la isla, tradicionalmente un feudo popular. Campos sostuvo más tarde que los manifestantes del otro lado eran "como batasunas " y que el "asunto de la piscina" era "una excusa para cargar contra Ramírez por su defensa de la España constitucional, pues hay 9.500 piletas ilegales en Mallorca y ninguno de los que hay concentrados dice nada".

Eso es algo en lo que estuvo de acuerdo Jaume Sastre, del Lobby per la Independ¨ncia, uno de los miembros más activos del frente contrario a la piscina de Ramírez, quien señaló que este caso sirve "para concienciar a la gente sobre la destrucción del litoral mallorquín".

Y, en un lugar tan turístico, no podía faltar ayer un visitante despistado. Un ciudadano inglés tostado por el sol se acercó a la concentración e inquirió: "¿Me podrían decir lo que está pasando?". Difícil pregunta.