Al nacionalismo vasco del PNV y a Juan José Ibarretxe no les ha quedado más remedio que aparcar sus sentimientos, sus aspiraciones profundas y sus más queridos proyectos políticos para subrayar el perfil gestor: al menos durante la campaña, su preocupación fundamental se centrará en los problemas reales de la gente. Con lo que ponen de manifiesto que el Parlamento que los ciudadanos vascos van a elegir el día 1 de marzo es un Parlamento normal, del que va a salir un Gobierno al que se le encarga la gestión de los problemas de la vida diaria.

Pero a lo largo de las últimas legislaturas, el PNV e Ibarretxe han convertido al Parlamento vasco en un Parlamento constituyente, excepcional, como si hubiera sido elegido para abordar la definición definitiva de la sociedad vasca. Con el giro gestor que imprimen a la campaña se desmienten a sí mismos, y ponen de manifiesto que lo que han pretendido las últimas legislaturas era una farsa. Lo único que no sabemos es si la verdad de lo que piensan está en lo que dicen en la campaña, o en lo que ocultan.

Los socialistas, sin renunciar a hablar de los problemas diarios de los ciudadanos, no abandonan el plano de las grandes cuestiones que afectan a la libertad en la sociedad vasca: los valores de la igualdad ciudadana más allá de las diferencias identitarias y en el sentimiento de pertenencia, la necesidad de que las instituciones políticas sean instituciones de todos, y no para provecho de los supuestamente verdaderos vascos, la libertad para poder ser vasco como cada uno quiera. Curioso cruce de papeles.

Hay algo en lo que ambos partidos coinciden: la responsabilidad de la crisis que sufren también los ciudadanos vascos, es siempre del otro. Para Ibarretxe, de Zapatero. Para los socialistas, de Ibarretxe. Pero la crisis está poniendo a cada uno en su sitio: ni España era la excepcionalidad que se iba a salvar de la recesión global, ni Euskadi estaba inmunizada, gracias al autogobierno, de la interdependencia, también cuando vienen mal dadas, de la economía globalizada. La recaudación fiscal cayó fuertemente el año pasado, anunciando lo peor para el actual. El puerto de Bilbao baja un 14% en su actividad, la máquina herramienta, el sector de la automoción y la producción de acero --señas de identidad de la economía vasca-- se hunden en la falta de pedidos.

Quizá se pueda salvar de esta campaña el convencimiento de que es hora de dedicarse a lo que importa, pero para ello hay que dejar de lado lo que nos ha estado ocupando durante demasiados años. Ni siquiera la nada transparente fijación del cupo a pagar a la Administración central nos exime de preocuparnos de los problemas económicos y fiscales. Somos vulnerables.