Pese a su secuestro de 47 días a manos de los piratas somalís, el Alakrana presentaba ayer, un día después de su llegada a Victoria, en las islas Seychelles, un aspecto sorprendentemente limpio. Estos periodistas lograron entrar en el atunero y allí, por la mañana, un grupo de quienes han tomado el relevo de los 36 tripulantes exsecuestrados, armado con mangueras y pistolas a presión, lavaba con agua dulce su cubierta. Otros terminaban de ordenar los víveres y el material de pesca con el que el próximo martes volverán a faenar frente a la cada vez más peligrosa costa somalí. Un marinero señaló al puente alto y la cubierta principal del buque. Dijo: "Allí tenían sus puestos de control los piratas". Desde ese punto vigilaban con sus ametralladoras AK-47.

Un poco más allá, en la proa, en el momento de máxima tensión del secuestro, después de que los infantes de marina de la fragata Canarias capturasen a los dos somalís que ahora se encuentran en España, los corsarios sacaron a todos los tripulantes del Alakrana, en uno de los pocos momentos del secuestro en los que estos salieron al aire libre, les dijeron que se tumbasen y comenzaron a disparar al aire justo por encima de sus cuerpos. "Después fue cuando cogieron a los tres blancos", explicaban ayer Richard Seshie, de 41 años, y Dewovo Mensah, de 32, dos de los cuatro marineros de Ghana que estuvieron secuestrados.

Amenaza de muerte

Se referían a los tres españoles que presuntamente fueron llevados a tierra somalí para presionar al Gobierno español, extremo que no se ha confirmado. De hecho, parece que nunca ocurrió. "Entonces nos llevaron al resto a la sala de máquinas para que no viéramos qué pasaba con ellos, si se quedaban o se iban --continuó Mensah en un castellano lento pero preciso--. Fue de lejos el momento más duro: los piratas nos dijeron que llamásemos a nuestras familias para despedirnos, porque todos íbamos a morir".

Nada ayer hacía entrever el tipo de escenas que se habían vivido en el barco hace tan solo unos cuantos días. Eran las dos del mediodía hora local (once de la mañana en España) y la mayor parte de la nueva tripulación estaba comiendo o retirada en sus camarotes. El sol caía en vertical y sobre la cubierta del Alakrana solo había unas ocho personas: unos limpiaban, otros ataban cabos, había alguno que estaba apoyado en las banderillas y un último, uno de los secuestrados de origen africano, acababa de volver al barco. Una escalerilla comunicaba el atunero con la fragata española Canarias, que la ha escoltado desde su liberación, el pasado 17 de noviembre, hasta su llegada a Victoria el viernes.

"Yo estoy bien, pero todavía sigo teniendo un fuerte dolor de cabeza debido a toda la tensión", había dicho poco antes el ghanés Mensah, mientras degustaba con lentitud una cerveza frente al puerto de Victoria. En efecto, él, que la noche anterior incluso se dio una vuelta por los bares de la capital de las islas Seychelles, parecía entero, pero hay otros que, según varios militares de la fragata Canarias, "están traumados". Los mismos soldados se plantearon si la mejor manera de resolver el conflicto fue la elegida por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. "El secuestro se podría haber resuelto mucho antes --dicen estas fuentes--, pero no mediante un pago millonario, sino por medio de una intervención militar. Pero España no quiere asumir víctimas".

El momento más duro del cautiverio, con mucha diferencia, fue este: el Alakrana, conducido por los piratas, fue al encuentro del Ariana, un carguero de tripulación ucraniana que lleva secuestrado siete meses. Los marineros del atunero vieron allí a unos secuestrados desnutridos, a la hija del capitán, de 14 años, y a su mujer, que había dado a luz durante el rapto. Los pescadores del Alakrana quisieron llevarse consigo a las dos mujeres y al recién nacido, pero los piratas dijeron que de ninguna manera. Entonces la madre pidió que, por favor, se llevaran solamente al bebé. Los bucaneros volvieron a negarse.

"Yo sabía lo que podía pasar frente a Somalia, pero no es lo mismo verlo con tus propios ojos --explicó el marinero Seshie, cuyo sueldo mínimo, aumentado por el volumen de pesca que se consiga, es de 150 euros al mes, según dice--. Solo nos dejaban ducharnos una vez cada cinco días. Cuando ibas a lavarte, te apuntaban con un arma. Cuando estabas comiendo, te apuntaban con un arma". Sin embargo, piensa volver a embarcarse en estas aguas. "No tengo otro trabajo", señaló. Hoy, tanto él como Mensah volarán a Ghana, pasarán unos meses con sus familias y después pescarán de nuevo en esta zona.

Los detenidos

Mientras los dos ghaneses bebían una segunda cerveza con otros compatriotas que también acaban de volver, Mensah preguntó: "Los dos somalís que fueron capturados, ¿están vivos o están muertos?". Están vivos, a la espera de juicio, ¿por qué? "Los piratas --contesta-- nos habían dicho que les habían matado en España".