En 1957, Josep Pla arribó a Tel-Aviv en un barco repleto de judíos europeos que acudían a la llamada de construir Israel. El Estado hebreo impactó tanto a Pla que el escritor acabaría publicando Israel, 1957 , un panegírico de la epopeya del pueblo judío en su regreso a la tierra prometida. Pla no sospechaba que su libro se convertiría en una obra de referencia entre gran parte de la clase política y que contribuiría a la contradictoria relación de la derecha y la izquierda española y europea con Israel.

Todo el mundo sabe que en el siglo XX la extrema derecha --fascismo, nazismo, franquismo,...-- era antisemita. Lo que no es tan conocido es que unos 8.000 judíos fueron brigadistas internacionales durante la guerra civil española, en la que defendieron la Segunda República en nombre del socialismo y el comunismo y en contra del fascismo. Para la izquierda, judaísmo y sionismo --convertidos en sinónimos-- significaban antifascismo. A ello se le unió el movimiento colectivista de los kibutz, que parecía la plasmación en la tierra prometida de la utopía socialista.

Durante décadas cualquier político de izquierdas europeo que se preciara debía cumplir con el ritual de visitar un kibutz en Israel. Josep Borrell, por ejemplo, suele presumir del verano que pasó en 1969 en Israel, donde conoció a su primera esposa. Pero el presidente del Europarlamento no estaba solo. Comunistas y nacionalistas catalanes también sentían atracción por Israel. Así, muchos dirigentes peregrinaban al Estado hebreo. Por citar algún empleo, el apego de Jordi Pujol es tan grande que envió a cuatro de sus hijos a un kibutz.

Al llegar al poder, Felipe González se dio cuenta de que para devolver a España a la comunidad internacional había que reconocer a Israel. Pero la política en Oriente Próximo es muy sutil y compleja, y se escapa de análisis en términos de izquierda y derecha. Y cayó el muro, estallaron la primera y la segunda Intifada, EEUU se convirtió en neo-conservador, surgió la amenaza islamista y Osama bin Laden destruyó las Torres Gemelas. Y en estos tiempos oscuros y de confusión, probablemente lo único que tengan en común hoy en día José María Aznar y nacionalistas catalanes, Federico Jiménez Losantos y Jon Juaristi es su apoyo incondicional a Israel.

Contradicciones

No es España una excepción: en Italia, un insigne proisraelí es Gianfranco Fini, heredero político de Mussolini. Y en Alemania, la izquierda radical es prosionista y los neonazis se manifiestan con banderas palestinas. En España, los antisistema lucen la kefiá que tanto ha molestado al embajador de Israel y al PP al verla en el cuello de José Luis Rodríguez Zapatero.

Pero es que Israel prefiere al Aznar de las Azores --frecuentemente invitado y agasajado en el Estado hebreo-- que al Zapatero que irritó a Estados Unidos al retirar las tropas de Irak. Y a quien los dirigentes israelís no pueden ni ver es a Miguel Angel Moratinos, vetado por su labor como enviado especial de la Unión Europea a la zona.

Era cuestión de tiempo que la ignorancia sobre Oriente Próximo unida al sectarismo de la política española acabara con José Blanco y Eduardo Zaplana arreándose a cuenta de Israel y Palestina.