Cientos de miles de mafiosos y malhechores se cuelan por las fronteras sin que nadie los detenga. Entran por todas partes, como termitas hambrientas de mal. Temibles narcotraficantes irrumpen por los aeropuertos. A través de los montes llegan los bandidos "más agresivos que se hayan conocido jamás". Algunos vienen "encuadrados en sus antiguas unidades militares" y asaltan casas con "armas y estrategias castrenses".

El país anda a la deriva. El Gobierno se ha "refugiado en las oscuridades". Nadie está a salvo. En el extranjero crece la sensación de que en ese territorio sumido en el caos no existe ya "ningún límite que no pueda ser transgredido".

Cuestión de contrastes

No es la Guerra de los Mundos. Es la descripción de España que hizo ayer Mariano Rajoy en el debate sobre el estado de la nación. Por fortuna no había turistas en la tribuna. En realidad, apenas había público, pese a tratarse de la cita política más importante del año. En total, unas cuarenta personas, incluidas las esposas de José Luis Rodríguez Zapatero y Rajoy, Sonsoles Espinosa y Elvira Rodríguez, respectivamente.

Como en las duchas escocesas , después del agua hirviente del líder de la oposición vino la fría del presidente del Gobierno: España marcha viento en popa, el fin del terrorismo está en el horizonte, la economía crece, la delincuencia disminuye, los ciudadanos ganan derechos, se crean más viviendas protegidas...

Zapatero había abierto por la mañana el debate con una intervención de logros y compromisos, que por su tinte notarial hacía presagiar un debate tedioso. Tras el discurso, el presidente se marchó con su mujer a la Moncloa para almorzar con sus dos hijas. A su vez, Rajoy comió en casa con su esposa y su hijo. El ambiente bucólico saltó en pedazos por la tarde al reanudarse la sesión, cuando Rajoy subió al estrado y dejó claro, desde la primera frase, que él no había ido allí a hacer nuevos amigos.

La bancada popular estuvo a la altura de sus circunstancias, jaleando a su líder y abucheando a Zapatero. El estropicio llevó al presidente del Congreso, Manuel Marín, a amonestarles una y otra vez. "Las exclamaciones las entiendo, pero los gritos pelados, no", dijo. En un momento dado, los populares armaron un escándalo porque la vicepresidenta del Congreso, Carme Chacón (PSOE), de quien se espera imparcialidad, aplaudía a Zapatero. Marín sorprendió al diputado Juan José Matarí haciendo un corte de mangas. "No le tolero esas expresiones", le espetó.

Rajoy caldeó aún más el ambiente al exigir más tiempo para alargar su segunda réplica. Ante la negativa de Marín, el líder del PP acusó al presidente de la Cámara de "expulsarlo" del estrado y se fue iracundo a su asiento. Poco después le correspondió el turno para su última intervención de la tarde. Mientras subía con aire enfurruñado a la tribuna, Marín le soltó inexorable: "Tiene cinco minutos". El líder del PP meneó despechado la cabeza, pero acató la norma.

Al finalizar, el portavoz del PP, Eduardo Zaplana, piprotestó por el reparto de los tiempos. Marín le demostró con un documento que nunca un jefe de la oposición había sido mejor tratado en el Congreso, tras lo cual invitó al estrado al siguiente orador. Después de la tempestad, llegaba él: Josep Antoni Duran. La calma catalana.