Es casi automático analizar cada atentado de ETA en clave de debilidad o fortaleza de la organización. Pero ni siquiera desde esa lógica es sencillo calificar el ataque al cuartel de la Guardia Civil de Durango. Desde una cierta perspectiva, el coche bomba que estalló en la madrugada de ayer podría considerarse de escasa entidad por sus consecuencias, dado que, afortunadamente, no causó más que heridas leves a dos agentes y, eso sí, cuantiosos daños materiales. Además, la presumible presencia, según testigos, de dos jóvenes encapuchados huyendo tras dejar la furgoneta poco antes de la explosión sugiere una detonación a distancia y un cierto grado de improvisación, como si se primara el efectismo y, sobre todo, minimizar los riesgos propios que implicaría una acción más elaborada.

Por el contrario, la importante cantidad de material explosivo empleado o la suposición de que el origen de los vehículos podría estar en Portugal hablan de una capacidad operativa que implica una suficiente coordinación que dejaría poco a esa improvisación como indicio de debilidad.

El debate es estéril en estos términos. A ETA le debilitan las acciones policiales y le fortalece su acreditada capacidad de regeneración tras las mismas desde hace cuarenta años. Lo novedoso en la ecuación, que quizá en la propia banda no está aún interiorizado, es que el factor de debilidad fundamental lo constituyen sus propias acciones como detonantes del rechazo social que manifiestamente explicita una apabullante mayoría de vascos aberzales.

Un atentado contra uniformados es una variable que manejan los departamentos de Interior de los gobiernos vasco y español desde meses atrás. Por ello no es casual la elección como objetivo de un cuerpo con escaso, por no decir nulo, reconocimiento social en Euskadi, como la Guardia Civil, y en un atentado cuya ejecución parecía ya anticipar la ausencia de daños personales.

Desde el final de la tregua, y antes, los mensajes que destila ETA con sus acciones hablan de una escenificación de su capacidad y dimensión de medios. Se hace valer. Pero en el otro extremo de la partida, en el de la necesaria alimentación social, clave de su capacidad de regeneración, el entorno político de la izquierda radical aberzale está inmerso en un proceso de necesaria cohesión interna tras la decepción de la última tregua.

El cuestionamiento de la actuación del aparato militar no es menor y su imposición sobre las estructuras políticas está siendo costosa de digerir en el entorno social radical. Estratégicamente, el argumento que se esgrime internamente para mantener fiel a la militancia es la expectativa de un nuevo proceso a medio plazo. Apretar los dientes para tratar de rescatar, tras la cita de las elecciones generales de marzo próximo y con el margen de una nueva legislatura, lo avanzado en la mesa de diálogo entre partidos.

Pero para eso ETA tiene la necesidad de moverse entre su vocación de hacerse presente y la contención de no llenar de sangre ese camino. Su entorno social no contempla hoy una campaña sangrienta porque le abocaría al final de toda expectativa de reconocimiento como interlocutor político. Por eso, quizá la mayor debilidad de ETA es hoy su "necesidad" de hacerse presente en esa huida hacia delante en la que corre el riesgo de encontrarse sola más pronto que tarde. Porque entre las discapacidades de la organización también hay acreditado, como puso de manifiesto en la T-4, un cierto descontrol en acciones terroristas cuyas consecuencias se les acaban yendo de las manos.