"No se oye nada". Esta era la frase que repetían los enlaces con los servicios de inteligencia en el mundo árabe sobre el 11-M. El entonces secretario de Estado de Seguridad, Ignacio Astarloa, encargado de coordinar la investigación, relató ayer en la comisión del 11-M que en las horas y días siguientes a los atentados preguntaba qué se decía en el exterior. "En los bares de El Cairo, tomando el té, no se oye nada", le aseguraban.

Las preguntas de Astarloa no eran baladíes. Implícitamente estaba reconociendo que una hipótesis firme de los investigadores apuntaba hacia el terrorismo islamista desde el primer momento. "Pero ningún servicio de inteligencia aliado nos transmitió información al respecto", aseguró.

Astarloa llegó a confesar su "convicción personal" de que, incluso, la furgoneta que los terroristas abandonaron junto a la estación de Alcalá de Henares (Madrid) podía ser una trampa "de una mano alevosa" para llevar a los investigadores por "otro camino" distinto al de ETA. Su análisis fue que la organización etarra pudo utilizar un comando al margen de la estructura habitual para cometer los atentados.