Atención a la primera vuelta de las presidenciales francesas, que dará que hablar, y mucho, en esta España encantada de haberse conocido. Desde nuestra meridional perspectiva, y acaso saldando cuentas pendientes desde 1808, caricaturizamos al país vecino como una nación esclerotizada, anclada en su pretérita grandeur y desbordada ante los retos de una economía globalizada. Como ya hiciera José María Aznar cuando enfermó de sí mismo, José Luis Rodríguez Zapatero presume de crecimiento económico con el indisimulado propósito de disputar a Francia si no el liderazgo, sí un lugar en el podio europeo. Cuando, en el fondo, no somos tan distintos.

Nos escandalizamos de que Francia tenga cinco millones de funcionarios --uno por cada 12 ciudadanos--, sin reparar en que España contabiliza 2,5 millones de empleados públicos, uno por cada 17 ciudadanos. Y achacamos la revuelta de las banlieues a la incapacidad francesa para integrar a sus inmigrantes, como si ese virus no empezara a anidar en muchos de nuestros suburbios. Si nadie lo remedia, en un futuro no lejano esta España repantingada en el maná del turismo y la construcción acabará en el mismo diván que Francia, y entonando idéntico lamento: "¡Con lo que yo he sido!".

Pero, de vuelta al consejo que encabezaba estas líneas, atención a las presidenciales francesas de hoy. Más que a las superficiales lecturas basadas en las afinidades políticas, a lo que PSOE y PP deberían prestar atención es al voto del centrista François Bayrou, el tercer candidato en liza merced al conservadurismo populista de Nicolas Sarkozy, rayano en la xenofobia, y a los deslices de la socialista Ségolène Royal.

En España gana los comicios quien seduce a los sectores más templados del electorado, proclaman los politólogos. Y, sin embargo, tras la debacle de la UCD y la fallida operación reformista no ha surgido ningún nuevo partido capaz de aglutinar el voto centrista. Por falta de competencia, la moderación es solo un barniz para épocas electorales, no un principio que inspire la acción de todo gobernante. Es lo que Zapatero llamó talante. Y lo que Rajoy prodigó el jueves en TVE, en una impagable operación de imagen.

PSOE y PP solo abrazarán la moderación cuando una tercera fuerza española les dispute el centro. El Bayrou español debería ser un político transversal como Gallardón o Bono --cada uno en su estilo-, capaz de reconstruir la confianza en los representantes políticos. Pero esa tercera vía estaría llamada a ejercer de bisagra entre socialistas y populares.