"El calor es insoportable, pero lo del sol es peor aún", explica el teniente David Silvestre. Impresionados por la pobreza reinante, comidos por los mosquitos y bajo un sol de justicia, los primeros infantes de Marina llegados a Fort Liberté (noroeste del país) empiezan a levantar el campamento que servirá de centro de operaciones a la unidad española, no lejos de donde la Santa María zozobró el día de Navidad de 1492 y el jefe taíno Gaucanagarí recibió a Colón con el cuerpo cubierto de ornamentos de oro.

Secas las lágrimas negras, la población de Fort Liberté acoge con indiferencia a los militares españoles integrados en las fuerzas de la ONU. "Trabajo, lo que necesitamos es trabajo", reclaman indolentes varios hombres a la sombra de las casas de adobe.

Empezar desde cero

"A todos nos ha afectado ver tanta necesidad, y para eso estamos, para ayudar", asegura el oficial. En medio de la polvareda que levantan el trasiego de los helicópteros y la llegada de las columnas motorizadas, los militares aplanan el terreno con potente maquinaria, levantan las tiendas de campaña, ponen a punto los nuevos vehículos anfibios --"estrenamos la piraña" -- e inauguran la planta potabilizadora que eliminará la sal marina a 400 litros por hora.

"Empezamos desde cero", asegura resignado el teniente Silvestre, consciente de la responsabilidad de "crear un ámbito político y social que permita llevar a cabo elecciones democráticas dentro de seis o diez meses".

Los infantes de Marina muestran su sorpresa ante la miseria, las multitudes que pululan por calles y caminos, el tipo de construcciones y de calles del país más pobre del hemisferio occidental.

Batallón conjunto

Y la mayoría de ellos, así como delata su espontánea simpatía ante los niños semidesnudos o con el impoluto uniforme escolar, ante las mujeres que cargan el agua y la leña, e incluso ante los hombres haraganes, no ocultan su sentimiento hacia los marroquís que formarán con ellos un batallón conjunto.

"Juntos, pero no revueltos", "cuanto más lejos, mejor", "qué te voy a decir si estuve en lo de Perejil", son algunos de los comentarios, no tan expresivos como los gestos.

"Los soldados marroquís se instalarán entre Cabo Haitiano (al norte de Haití) y Fort Liberté; apenas tendremos relaciones", explica el teniente. La alianza militar, de indudable origen y efecto políticos, no tendrá más traducción práctica que el mando conjunto a cargo del coronel Javier Hertfelder.

Los marroquís se ocuparán de la parte occidental del departamento del Noreste, mientras los infantes de Marina controlarán, no sólo esta bahía que antaño vigilaron cinco fuertes franceses, sino la más conflictiva zona fronteriza de Ounaminthe, donde establecerán un destacamento permanente de 30 hombres, rotativo cada 15 días.

Cinco años atrás

A lo largo de la carretera, polvo y socavones, así como en la plaza de Fort Liberté, donde varios hombres provocan a los gallos que protagonizarán las concurridas peleas de este domingo, coinciden los comentarios: "Creíamos que por fin venían a arreglar el camino y a darnos empleo".

Sin ánimo vengativo, algunos haitianos recuerdan que el pueblo entero se levantó, casi cinco años atrás, cuando los últimos cascos azules que anduvieron por aquí dispararon contra una manifestación y un soldado de EEUU mató a un chaval de 14 años. Habían apedreado la comisaría porque la policía mató al dueño de una moto en lugar de detener al ladrón --el zongledó -- que se la robó.

El ´bamboche´

Cuando cae la noche y los mosquitos salen de nuevo de los manglares para abatirse sobre la tropa, el pueblo celebra el bamboche , la reunión social bajo una enramada de hojas de plátano, y baila congo, rumba, merengue y bolero. Los militares descansan, y al deseo de suerte, el teniente David Silvestre responde con convicción: "La suerte es para los mediocres, la infantería de Marina española no la necesita".