El PP va a ganar las elecciones gallegas", vaticinaba el secretario de los populares gallegos, Alfonso Rueda, justo al cierre de las mesas electorales. Que iba a ganar el PP estaba claro. Ya en la anterior legislatura los populares se quedaron a las puertas de la mayoría absoluta con 37 diputados. Lo que era más difícil de adivinar es que no solo ganaría las elecciones, sino también el Gobierno, para lo que necesitaba la mayoría absoluta. Y la consiguió de sobra. Le bastaba con 38 diputados, pero obtuvo 39, dos más de los que logró en los comicios del 2005.

"Quiero daros la noticia de que el PP ha ganado las elecciones", dijo un Feijóo más serio de lo que sería de esperar, pasadas las 11 de la noche, quizás por "la alta responsabilidad" que, según apuntó, se le viene encima.

TIERRA "PROXIMA Y ABIERTA" Parafraseando su lema electoral Chegou o momento (llegó el momento), el líder popular indicó que "llegó el momento para trabajar, llegó el momento del sacrificio, de la responsabilidad, para que todos seamos capaces de salir de la crisis económica". Feijóo agradeció "el apoyo del pueblo gallego, un apoyo claro que compromete al PP a entregar lo mejor para ese reto tan emocionante de trabajar por una Galicia próxima y abierta". Feijóo recordó además que "la altísima participación la más alta en unas elecciones autonómicas gallegas otorga un plus de legitimidad" al Gobierno.

LA HERENCIA DE FRAGA Legitimidad es la clave de su discurso. Y es que la victoria electoral redime la figura de Núñez Feijóo, que se la jugó en la renovación del partido para sacudirse el pasado fraguista. Esta maniobra le debilitó en las provincias del interior, pero le hizo más fuerte en las ciudades. Los resultados electorales refrendan su acción. De hecho, Feijóo recuperó el mando en la Xunta de Galicia con un ascenso en zonas urbanas con el que ni las encuestas previas ni los analistas contaban.

La campaña estaba diseñada precisamente para crecer en la Galicia atlántica evitando perder demasiado en las provincias de Lugo y Ourense. No fue casualidad que Feijóo y Rajoy casi no coincidiesen en los mítines. Cada uno tenía una tarea precisa. De la primera, el voto urbano, se ocupó Feijóo, con evidente éxito. La segunda, la de contener la caída en el interior, se la encomendaron a Rajoy, y el líder nacional de los populares cumplió. Destinó la mayor parte de su trabajo a los núcleos rurales tirando incluso de la vieja guardia ruralista, como en el caso de Ourense, donde recorrió pueblos y aldeas de la mano del último barón del sector de la boina, José Luis Baltar.

Y le salió tan bien que, en su discurso, Feijóo le agradeció su "excelente trabajo", realizado como si fuera "un militante más". No perdió ningún escaño e incluso creció en porcentaje de votos, aunque no lo suficiente para sumar nuevos puestos en el Parlamento. Donde se lograron dos actas más fue en A Coruña y Pontevedra, en el primer caso arrebatándoselo a los nacionalistas del BNG, en el segundo, a costa de los socialistas.

"Mi principal compromiso es gobernar para todos", recordó Feijóo como broche final de su discurso. Detrás de él, en los carteles electorales, podía leerse: ¿Empezamos?