Nadie escarmienta en cabeza ajena. Lo dice el dicho y lo demuestran los hechos. Vista la reacción de Mariano Rajoy ante el escándalo del caso Gürtel , en el que aparecen implicados varios dirigentes del PP, y el modo en que respondió el PSOE hace dos décadas al caso Filesa se podría deducir que el líder conservador no ha aprendido nada de los errores de sus rivales. Los socialistas, en cambio, no tuvieron más remedio que rectificar a la vista de que la resistencia a asumir los hechos no solo no les libró de la condena judicial, sino que generó una gravísima crisis interna, que desembocó en un adelantamiento de las elecciones en 1996.

Cuando en mayo de 1991 se publicaron las primeras informaciones sobre Filesa, el PSOE negó cualquier vinculación del partido con las empresas de la trama y aceptó el cese temporal de Guillermo Galeote como secretario de finanzas. Galeote siguió en la ejecutiva federal y mantuvo su escaño en el Congreso, como lo mantuvo también el diputado Carlos Navarro, vinculado personalmente a Filesa y quien sí dimitió como coordinador de finanzas.

Durante dos años el aparato del PSOE, encabezado por Alfonso Guerra, se aferró a la tesis "el partido no está implicado en Filesa" frente a la insistencia del juez instructor del caso, Marino Barbero, y a la desaprobación del sector renovador arraigado en el Gobierno. El cenit del enfrentamiento entre guerristas y renovadores se produjo a raíz de este caso.

En marzo de 1993, cuando el informe de los peritos de Hacienda demostró --como años después ratificarían los tribunales-- que Filesa sirvió para recaudar 1.000 millones de pesetas (6 millones de euros) para financiar al partido, Felipe González reclamó la dimisión voluntaria de los cargos del PSOE que hubieran amparado esa financiación ilegal. Guerra se opuso.

Mientras el número uno hablaba de asumir responsabilidades, el número dos optó por mantenella y no enmendalla . Así, mientras González afirmó ante estudiantes de la Universidad Autónoma de Madrid el 25 de marzo que estaba dispuesto a dimitir por Filesa, esa misma tarde Guerra negaba en León la implicación del partido, evidentemente la suya propia, y atribuía las posibles irregularidades a dos militantes socialistas, Carlos Navarro y Josep Maria Sala.

Comenzaron ahí 15 días de pasión, que concluyeron el sábado de Semana Santa en una reunión extraordinaria de la ejecutiva federal en la que González no logró más que la dimisión de Galeote y su renuncia y la de Navarro al escaño, pero en la que le arrebató a Guerra el control del partido, la elaboración de las listas electorales y la dirección de la campaña con la creación de un comité de estrategia electoral, presidido por él mismo y en el que incluyó a renovadores ajenos a la ejecutiva como Ramón Jáuregui o José María Maravall. Dos días después anunció la convocatoria anticipada de elecciones.

Lluvia de dimisiones

En la siguiente legislatura llovieron las acusaciones de corrupción y las dimisiones. Dimitieron el ministro de Agricultura Vicente Albero por no declarar a Hacienda beneficios de su empresa, el portavoz del Grupo Socialista Carlos Solchaga por las ganancias en bolsa del gobernador del Banco de España Mariano Rubio, el vicepresidente Narcís Serra y el ministro de Defensa Julián García Vargas por las escuchas ilegales del CESID, el ministro del Interior Antoni Asunción por la fuga de Luis Roldán...

La división interna no se cerró hasta que en el 2000 una nueva generación, encabezada por José Luis Rodríguez Zapatero, pasó a controlar el PSOE.