Leyendo la biografía de la novelista Concha Espina, Pilar Hernández, jefa de sanidad de la Unidad Militar de Emergencias (UME), se vio reflejada y, a la vez, se felicitó por haber corrido mejor suerte. "Yo no he tenido que vestirme de hombre para ser militar", ironiza. Espina fue cuatro veces candidata al Nobel de literatura y nunca lo ganó por la falta de apoyo de la propia Real Academia de la Lengua. La misma institución que le cerró las puertas en los años 40 del siglo pasado por no cumplir un requisito de acceso: ser hombre. Pese a vivir ya casi en los 90, Hernández aún tuvo que esperar que esa misma barrera desapareciese de su camino. Pero su vocación era genética.

"Los tests psicológicos que me hacían con solo 11 años ya reflejaban lo que quería ser". Y en cuanto tuvo la oportunidad, en 1988, al albur de una sociedad que iba desterrando los clichés machistas del franquismo, se coló y se convirtió en la primera mujer legionaria en las Fuerzas Armadas. Su promoción cumple ahora 20 años y, desde entonces, muchas cosas han cambiado. España tiene ya más de 15.000 mujeres soldado (el 12,3% del total de militares), lo que le deja solo por detrás de Francia en cuanto a presencia femenina en los ejércitos de nuestro entorno.

Cuando la hoy comandante Hernández (la mayor escala alcanzada por una militar) se alistó, Carmen González tenía nueve años y empezaba a escuchar historias de la mili en su casa de Tarragona. Sus hermanos le ayudaron a decidirse. "Vienes a ciegas, pero todo es adaptarse", explica.

¿Normalización?

La soldado González trabaja en el centro de comunicación de la Capitanía General de Barcelona desde hace ocho años, prácticamente todo el tiempo que lleva en un mundo que, dice, no es como se pinta. "La sociedad debería conocer mejor a las Fuerzas Armadas. Todavía hay mucha ignorancia".

Quizá por ese desconocimiento, González se sorprende cuando se le pregunta si existe ya plena normalización en el Ejército o si subsisten trabas para el ascenso por ser mujer. Su generación ya no ha vivido eso, pero hasta 1999 no llegó la igualdad en el acceso a los puestos. "Me pasé cinco años sin coincidir con mujeres. No nos veíamos porque éramos poquísimas", recuerda Hernández. Pese a los logros, las estadísticas reflejan un techo que aún resiste. Solo el 5,5% de los mandos son mujeres. Si se cumplen las previsiones, en el 2010 puede haber la primera teniente coronel, y no será antes del 2015 cuando se nombre a la primera general. "Somos menos que en otros países, pero aquí las leyes son más modernas", sostiene Hernández.

La sargento de la Armada María Angeles Roda no se arrepiente de haber dado el paso. "Siempre que algo es nuevo hay que abrir puertas. Me gustaría que otras mujeres lo hubieran hecho antes que yo". Fue la primera mujer sargento que pertenece a la dotación de un submarino, un ámbito en el que el Ejército español también es pionero en incorporación femenina. "Se trata de ser uno más de la dotación y trabajar sin perder la condición de mujer", afirma Roda. Y, de paso, creen todas, ayudar a modernizar la imagen de las Fuerzas Armadas. "Aportamos sobre todo apertura de miras, porque las capacidades son las mismas", asegura Hernández. "Quizá el trato con la gente es nuestro mejor valor", añade González.

Asignatura pendiente

Intentan, al fin y al cabo, que su oficio se vea como uno más, con los mismos problemas que en cualquier otro ámbito laboral. La tan buscada conciliación con la vida familiar no les es ajena. Padres y maridos tienen que hacer el trabajo que ellas no pueden. González tiene una hija en Tarragona. "Su padre la cuida cuando yo estoy en Barcelona", explica. Su horario no es del todo malo. Trabaja en turnos de 24 horas, pero luego tiene tres días libres, que pasa con su familia. "Pero algún que otro fin de año me lo he pasado trabajando", recuerda

Pero el Ejército les echa una mano. Está anunciada la instalación de ludotecas en los cuarteles y la adaptación del uniforme al cuerpo de la mujer (ya existe uno especial para las embarazadas). "La conciliación es poco compatible con la jornada completa", admite Hernández. Sus padres se encargan de su niña, sobre todo, cuando sus obligaciones la alejan de España. "Periódicamente, nos tenemos que marchar fuera y, entonces, se echa más de menos a los tuyos". Y lleva unos cuantos viajes, desde que, en 1993, integrase la misión de paz en Bosnia, la primera en la que figuró una mujer. Ella abrió el camino a las demás.