"Hay futuro y vamos a ganarlo para todos". Cuando Mariano Rajoy cerró ayer con estas palabras pretendidamente históricas la convención del PP, el técnico de sonido aumentó el volumen del himno del partido, el pabellón del Ifema se oscureció y tres columnas de bengala estallaron en una fiesta pirotécnica, al tiempo que una lluvia de serpentinas caía del techo sobre Rajoy, José María Aznar y demás personalidades que saludaban al público desde el estrado.

"Oa, oa, oa, Mariano a la Moncloa", coreaban sin excesivo fervor los cachorros conservadores, mientras el público, algo mermado ya, salía en estampida para tomar buses, aviones y trenes de regreso a sus ciudades.

Coherencia

El cónclave terminó como empezó: como un espectáculo de fuegos artificiales. Rajoy prometió hablar de futuro, y sólo se le escucharon imprecaciones contra el inicuo José Luis Rodríguez Zapatero. Prometió impulsar la renovación, y demostró lo que ya decía el autor del Eclesiastés: que no hay nada nuevo bajo el sol. Ni siquiera jugó, como en otras ocasiones, a desmarcarse de Aznar con frases del tipo: "Es hora de mirar adelante y no vivir de las glorias pasadas".

Sólo hubo pirotecnia. No pudo contar el evento con un símbolo más adecuado que Miguel Angel Tobías, el showman televisivo que actuó como presentador al mejor --o peor, según se vea-- estilo norteamericano. "Siempre se me ha dicho que la audiencia la dice la calle, y la calle me dice: ´Miguel Angel, adelante, vamos a ganar´", comenzó. Estaba salido, el Tobías.

En teoría, ayer era el día de Rajoy. Nadie ni nada debían opacar su protagonismo. Aznar y Fraga habían intervenido el viernes en la inauguración. Angel Acebes y Eduardo Zaplana lo habían hecho el sábado. Las condiciones para el paseo triunfal de Rajoy estaban, pues, allanadas. Pero entonces se cruzó en el camino Nicolás Sarkozy --a quien el ingenioso animador Tobías presentó como un "hombre que levanta pasiones y otras cosas más"-- y se convirtió en el héroe de la jornada.

"Grande de Europa"

Tras una sucesión de discursos plúmbeos de otros tres invitados, el ministro del Interior francés demostró que el presentador no estaba errado, al menos en la primera parte de su afirmación. "Creo en la unidad de España, que es una gran nación", se arrancó en castellano. Con su peculiar mirada vidriosa, el cabello repeinado y los párpados a media asta, Sarkozy --que aspira a convertirse en el próximo presidente de Francia con un discurso de seguridad, mano dura contra la inmigración y ultraliberalismo económico-- se deshizo en loas a Aznar. Lamentó que su "amigo" haya sufrido la "ingratitud" de los españoles, pero intentó consolarlo invocando la frase de Winston Churchill de que "la ingratitud es la marca de los grandes pueblos". Entre los aplausos del público, el ministro francés se dirigió a Rajoy y le espetó: "Mariano, tu hora se acerca". Por el contexto, pareció un buen augurio.

Rajoy no supo mantener en alto los ánimos. Excelente y divertido orador cuando quiere, el líder del PP amodorró al público con un discurso soso que apenas invitaba al aplauso. Parecía como si la fiesta no fuera con él. Un jolgorio en que los asistentes pudieron comprar botellas de vino María San Gil --por la dirigente del PP vasco-- a cinco euros. O en el que Josep Piqué tuvo ocasión de invitar a cava catalán a líderes populares de otras regiones. Dijo Rajoy al comienzo de su intervención: "Me toca hoy hablar de la convención". Como si lo hubieran obligado a estar ahí. Traición del subconsciente, lo llaman.