Galicia tiene en sus manos el próximo 19 de junio mucho más que elegir el Gobierno de su autonomía. El mapa político gallego no es lo único que puede verse alterado. Los líderes nacionales de los dos principales partidos, Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero, se juegan mucho en las urnas autonómicas. El primero vive estos comicios como su última oportunidad para acallar las voces que ponen en entredicho su liderazgo al frente del Partido Popular. El segundo tiene en Galicia la oportunidad de redondear un año de victorias electorales y acabar de atar su proyecto de una España plural.

Para el líder del PP sería muy difícil volver a justificar ante los suyos una nueva derrota electoral. Ya van tres desde que perdió, inesperadamente, las generales el 14 de marzo del 2004. Tras el vuelco nacional, llegaron los descensos en la elección de representantes ante la UE y en el Parlamento vasco.

Adelanto electoral

El temor a perder el Gobierno del feudo más tradicional del PP quedó demostrado con la presión ejercida desde la dirección de Génova para que el presidente de la Xunta se aviniera a trastocar el calendario electoral en contra de su criterio. Nunca fue Fraga partidario de acortar una legislatura. Fue Rajoy quien hubo de convencerle de que el paso del tiempo era una factor de vital importancia en un candidato de 82 años. A ello se unían razones estratégicas en favor del mes de junio, que van desde la bonanza climatológica hasta la previsible ausencia de voto joven universitario, volcado en esa fecha en los exámenes.

Si fue Rajoy quien impuso la fecha definitiva del 19 de junio, también será a él a quien se le exijan responsabilidades si el resultado es adverso a su partido. Al PP sólo le vale la mayoría absoluta, que ha mantenido 16 años Galicia en su poder. De perderla, es inevitable que los actuales cuadros autonómicos arremetan contra el líder nacional, que además es gallego.

La salida del Gobierno que auguran hasta las encuestas oficiales ya ha comenzado a desatar rumores en las filas del PP sobre la resistencia del liderazgo de Rajoy a ese envite. Para disiparlas, hace meses que Rajoy ha endurecido sus mensajes desde la oposición, con el objeto de contentar a los sectores más duros de su partido, los mismos que añoran la mano dura de José María Aznar.

La ruptura del consenso con el Gobierno socialista de Zapatero en política antiterrorista es la mejor muestra de ese endurecimiento. La cerrazón a abrir el proceso territorial que auspicia el PSOE era otra prueba de dureza, hasta que los barones del PP han empezado a reclamar al Ejecutivo las mismas competencias a las que aspiran las comunidades gobernadas por socialistas y nacionalistas.

Perder Galicia obligará a Rajoy a replantearse su estrategia. Descartada una renuncia y un cambio de liderazgo en el PP a corto plazo --una posibilidad que niegan todos los dirigentes consultados--, a Rajoy le queda escuchar a sus barones territoriales y remodelar su equipo. De la dirección surgida del último congreso, el líder del PP tendrá que descartar a los mayoritarios heredados del expresidente Aznar y sustituirlos por un equipo con el que afrontar una nueva estrategia de oposición.

El mapa territorial

Si para Rajoy es una cita vital, Galicia es para Zapatero la última pieza de un puzle que comenzó en Cataluña antes de que él accediera a la Moncloa. El tripartito catalán ha proporcionado al líder socialista la estabilidad parlamentaria que no le dieron las urnas. Con el empuje de ERC e IC-V, Zapatero ha ido concretando el proyecto de España plural que vendió en la campaña del 14-M. Un pacto con el Bloque Nacionalista Galego --imprescindible según todos los sondeos para que el PSdeG gobierne en Galicia-- añadiría a la estabilidad lograda en el Congreso los dos votos de los diputados en Madrid de la fuerza nacionalista gallega.

El carácter de nacionalidad histórica que tiene Galicia es un valor añadido para el proyecto de Zapatero. Máxime cuando los gallegos nunca han mostrado veleidades soberanistas. Así, el presidente del Gobierno contará con el peso de dos nacionalidades históricas --Andalucía y Galicia-- para compensar las tensiones que generan Cataluña y Euskadi. Con Galicia y Andalucía podrá dibujar un modelo de Estado de las autonomías que no ponga en peligro ningún elemento esencial de la unidad de España y satisfaga --al menos mayoritariamente-- las aspiraciones competenciales de las nacionalidades históricas.

A las razones de encaje territorial, el líder del PSOE suma otra evidente para desear un cambio de Gobierno en Galicia. Nunca le sobra a un político una victoria electoral para seguir sosteniendo que el 14-M sólo fue el inicio de un profundo deseo de cambio.