Los países más industrializados han buscado siempre foros, con carácter informal, en los que pudieran hallar respuestas a las crisis económicas. Fue el presidente francés Valéry Giscard d´Estaing, en 1975, quien impulsó el G-7. Dos años más tarde se uniría Canadá. Al selecto club se decidió incorporar a Rusia en 1998, por razones políticas, después del colapso de la URSS. Y se oficializó el G-8.

José María Aznar participó en una cumbre del G-8 en el 2002, en calidad de presidente de turno de la UE. Entonces aseguró que pediría el ingreso de España, pero no lo logró. El argumento, que ahora defiende Zapatero, era que España estaba entre las ocho economías más potentes.

Crisis de los 90

Pero el orden económico se ha ido desplazando hacia el este, con las economías emergentes. Sin embargo, el G-20, nacido en 1999, es producto de la crisis financiera de 1997 y no de una ordenación del PIB mundial. Lo forman el G-8, la UE, más los que sufrieron la crisis de finales de los 90 y algunas economías emergentes. Se estimó que países como Corea o Indonesia, perjudicados por las políticas del FMI, debían tener voz para buscar la estabilidad de los mercados. Pero el foro no tiene estructura permanente. En eso se basa también España para pedir su ingreso.