"Pues cuando estaba la alcaldesa, todo el mundo cabía y era la misma sala". Ana, ordenanza del Ayuntamiento de Marbella, dejaba traslucir su malestar por la falta de espacio en el salón de plenos del ayuntamiento para la toma de posesión de la gestora. Era el "día grande" tras la primera disolución de un consistorio en la democracia y nadie, incluidos funcionarios y vecinos, amén de la familia de los "héroes" --como los llegaron a denominar-- quería perdérselo.

Desde primera hora de la mañana, la plaza de los Naranjos bullía de periodistas y plataformas vecinales que querían expresar su rechazo a la gestora (solicitando elecciones), o a la procedencia del presidente, Diego Martín Reyes, residente en Málaga y no en Marbella.

Expectación vecinal

La entrada de cada miembro de la gestora era seguida por los funcionarios que desarrollaban su tarea cotidiana con un vistazo apresurado a los periódicos doblados en los que se apreciaban sus fotografías. La cara de Martín Reyes rodeada con un círculo daba cuenta de quién era el personaje que levantaba mayor expectación. "Ese, ése es el nuevo alcalde", cuchicheaba uno. "Que no, que ahora no se llama alcalde, sino presidente", explicaba otro. Un presidente que ya en su discurso de investidura dejó claro lo inhabitual de la situación, al optar por no sentarse en el sillón del alcalde ni recibir el bastón de mando. "No son míos, los tengo en mera custodia", justificó.

El máximo responsable de la gestora sonreía a quienes le felicitaban por llevar nuevos aires al consistorio. Aires que no eran tan limpios, dado que la sesión plenaria estaba presidida por el secretario municipal, Leopoldo Barrantes, imputado por prevaricación en la operación Malaya, y uno de los letrados que le defiende, Salvador Guerrero, como vocal de mayor edad. La casualidad hizo que el primer abrazo del nuevo presidente fuera para Barrantes.

Su declaración de principios continuaría por la tarde, en su primera rueda de prensa como presidente, en la que recordó que la gestora es una etapa transitoria para recuperar la legalidad vigente, y que los planes de futuro se los dejaba a la corporación que saliese de las urnas en mayo del 2007. Aseguraba que no le iba a "temblar el pulso" y que, entre sus primeras labores, estaría la revisión de todos los contratos del consistorio y empresas municipales y la situación de los trabajadores.

En el salón de plenos no cabía un alfiler, y muchos curiosos tuvieron que seguir el acto desde la televisión situada a la entrada o en la puerta de la sala, protestando porque no les dejaran pasar. "Es injusto, es el pueblo de Marbella quien debe entrar para verles las caras", criticaban unas seguidoras de la exalcaldesa, que se enfrentaron a gritos a la policía para pasar. "Son los mismos perros con distintos collares" decía otra.