Leopoldo Calvo Sotelo pasará a la historia como el presidente del Gobierno que asumió el poder tras la derrota de la intentona golpista del 23-F y que firmó el ingreso de España en la OTAN como miembro de pleno derecho. El primer jefe del Gobierno democrático que fallece marcó el puente entre la etapa de Adolfo Suárez y la decadencia de la UCD y la que abrió Felipe González con el auge del socialismo. A pesar de estar sólo 21 meses al frente del Ejecutivo -entre febrero de 1981 y diciembre de 1982-, su mandato fue algo más que una mera transición y contribuyó a asentar los cimientos de la democracia. El golpe militar de Antonio Tejero cuando el Congreso se disponía a aprobar su investidura condicionó su llegada al poder. Fue dos días después cuando quedó proclamado presidente, aunque la inestabilidad del escenario político se prolongó más allá del fracaso de la intentona. Calvo Sotelo tuvo que hacer frente a momentos de intensa actividad de ETA, que dejó en sus dos años de gobierno cerca de un centenar de víctimas mortales, después de la campaña más sangrienta de 1980, con 132 muertos. Siempre predicó su anhelo de búsqueda del consenso y del diálogo como vía para acabar con el terrorismo, aunque no fue hasta 1987 cuando se firmó el Pacto de Madrid, el primero entre los partidos democráticos. Sí fue testigo del abandono de la lucha armada por ETA Político-Militar VII Asamblea, a la que respondió con generosidad aceptando negociar medidas de gracia para los reinsertados. Además de firmar el protocolo de adhesión de España a la OTAN en diciembre de 1981, durante su mandato se aprobaron otras medidas de gran calado, como la Ley de Divorcio. También tuvo que afrontar la crisis del aceite de colza, tras conocerse los primeros fallecimientos por la intoxicación, y dar la bienvenida a España al Guernica de Picasso. Como presidente en funciones, fue testigo de la primera visita oficial del Papa Juan Pablo II a España y contribuyó a la apertura de la verja de Gibraltar después de 13 años de bloqueo. Calvo Sotelo descubrió su vocación política de manera tardía, puesto que su formación como ingeniero de Caminos le llevó a desempeñar antes diversos cargos en la empresa privada y pública. Sin embargo, nunca dejó de sentir la política y mantuvo su interés por ella durante la parte final de su vida, con la misma discreción que siempre le caracterizó. Firme creyente del espíritu de la Transición, acudió a todos los actos conmemorativos de la Constitución y ligados al Parlamento y a la Corona, a la que siempre profesó lealtad.