Si a un visitante extranjero recién llegado a España, que desconozca por completo este país, lo encerramos un día para que se someta a un visionado de telediarios y prensa de Madrid, pensará que ha aterrizado en un lugar en crisis. Intuirá que el presidente del Gobierno tiene como aliados a dirigentes de una banda terrorista y que hace la vista gorda para que puedan atentar a sus anchas.

Verá también a una oposición muy preocupada por el inminente proceso de descomposición del país y por la sumisión del Gobierno a la violencia. Verá cómo la gente sale a la calle, día tras día, para pedir la dimisión de un mandatario maquiavélico que traiciona a los muertos.

Mientras tanto, nuestro visitante verá en ese hombre al que llaman Mariano Rajoy a un patriota capaz de movilizar a unas masas que están dispuestas a luchar para conservar lo que entre todos se ha construido.

Pero si nuestro extranjero sale a la calle, verá cómo paulatinamente sus impresiones mediáticas se desvanecen. Convivirá con una ciudadanía dinámica y pacífica. El extranjero palpará un país próspero que avanza a gran ritmo. Un país cargado de tolerancia y modernidad. Poco a poco, el extranjero comprobará que España es un buen lugar para vivir.

Un lugar donde hay trabajo, donde el Estado del bienestar y los derechos civiles se extienden, y en el que el pluralismo y la democracia se refuerzan cada día que pasa.

A medida que pasan los días, la percepción sobre el presidente del Gobierno cambiará radicalmente para nuestro visitante. Comprobará que es un hombre que habla de tú a tú a la ciudadanía, que tiene templanza, que no insulta a pesar de tener que escuchar acusaciones terribles y que se muestra orgulloso de presidir este país. Verá a un hombre tranquilo que se preocupa por cosas, como que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres, o por qué las personas que no pueden valerse por sí mismas tengan derecho a ser atendidas como se merecen.

ESAS SERIAN las segundas impresiones que se llevaría el extranjero. Las impresiones que tenemos la mayoría de los españoles, que asistimos atónitos al espectáculo de una derecha cada vez más desatada, que hace oposición como si cada día fuese su última oportunidad para recuperar el poder.

Esta derecha no solo hace oposición al actual Gobierno, sino que se opone a todos los que no la acompañan en su huida hacia adelante. El Partido Popular hace oposición al PSOE y al resto de los partidos parlamentarios que representan el voto de 15 millones de españoles. Hace oposición a los jueces que dictan sentencias que no son de su agrado. A los fiscales, a los que luchan contra el terrorismo y también a aquellos que persiguen la corrupción urbanística.

Los dirigentes del Partido Popular no soportan a los medios de comunicación que no difunden sus soflamas. Se oponen a todo aquello que se les escapa, que no pueden dominar.

Pero no se dan cuenta de que la ciudadanía conoce perfectamente el país en el que vive. Conoce de dónde venimos y hacia dónde vamos. Las preocupaciones de la gente residen en lo importante y en lo cotidiano. La ciudadanía no asume problemas imaginarios.

No somos el extranjero que acaba de aterrizar. Somos un país avanzado, democrático y exigente. Tres años atrás, los españoles no perdonaron que se les mintiese, que se les ignorase, que se les tomase por unos recién llegados. Y hoy siguen sin perdonarlo.

UN PARTIDO político puede catalizar las ansias de cambio de la sociedad, pero lo que nunca podrá hacer es fabricar por sí solo una nueva sociedad al margen de los ciudadanos. Y esto es lo que no quieren entender los dirigentes del Partido Popular.

La España que ellos dibujan simplemente no existe, y por eso la ciudadanía les volverá a dar una lección, de nuevo, con su voto, de realidad.