Mariano Fernández Bermejo no oculta su condición de hombre de izquierdas. Durante los años que estuvo al frente de la fiscalía de Madrid (1992-2003) dirigió con mano firme a los casi 100 subordinados que tenía a su mando. Algunos de ellos recuerdan que siempre se salía con la suya en las juntas de fiscales. Domina, casi a la perfección, el arte de usar la mano izquierda para convencer a los disidentes, pero no duda en dar un puñetazo en la mesa si es necesario.

Es un hombre trabajador, honesto, familiar y amigo de sus amigos, pero como enemigo es implacable. José María Michavila, exministro de Justicia en el último Gobierno de José María Aznar, lo vivió en su propia carne. En marzo del 2003, el Ejecutivo del PP puso en marcha los juicios rápidos y el sistema informático falló en Madrid.

Michavila no dudó en culpar a Fernández Bermejo de esos errores y le acusó de haberse declarado en rebeldía. La reacción del entonces fiscal jefe de Madrid dejó boquiabiertos a los que no le conocían: presentó una querella contra el exministro por injurias. El Tribunal Supremo absolvió a Michavila.

Sin embargo, el PP contratacó y creó una ley para derogar que los cargos de fiscales jefes fueran vitalicios. Desde entonces, esas plazas se tienen que renovar cada cinco años. El entonces fiscal del Estado, Jesús Cardenal, aprovechó esa reforma y se quitó de enmedio a los más progresistas como Fernández Bermejo y Carlos Jiménez Villarejo.

El nuevo ministro de Justicia conoce los entresijos de la administración, ya que fue asesor de Fernando Ledesma, primer ministro de Justicia cuando el PSOE llegó al poder en 1982. Ahora ocupaba la plaza de fiscal jefe de lo contencioso en el Tribunal Supremo.