Un ejemplo de humanidad y de madurez. Esa fue la lección que ayer brindó el diputado socialista Eduardo Madina cuando relató en la Audiencia Nacional el atentado que sufrió en el 2002. Su testimonio logró conmover a una sala acostumbrada a oír a víctimas, aunque la asociación que habitualmente las representa no estuvo en la vista.

La Audiencia Nacional juzgó ayer a Iker Olabarrieta y Asier Arzalluz por el atentado frustrado perpetrado contra Madina. Ambos se enfrentan a 20 años de prisión. En el banquillo también se sentaron sus supuestos colaboradores Gaizka Olabarrieta y Gorka Aztiria, que están en libertad, a pesar de que la fiscalía les reclama seis años de cárcel.

Los etarras siguieron el guión establecido, pero el presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, no consintió que fueran los protagonistas de la vista. Por ello, expulsó en dos ocasiones a Arzalluz tras tildar al tribunal de fascista y por colocarse de espaldas a los jueces.

RESPALDO DEL PSE Madina acudió a la Audiencia Nacional acompañado por la plana mayor del PSE. El joven, que era dirigente de las juventudes socialistas vascas, relató la dura experiencia que comenzó el 19 de febrero del 2002. Ese día tenía prisa y se le olvidó, como otras veces, revisar los bajos de su coche.

Después de recorrer unos 10 kilómetros, salió de una rotonda y a unos 300 metros de su lugar de trabajo, en un centro de formación de Trápaga (Vizcaya), estalló la bomba lapa que ETA había colocado en la parte delantera de su automóvil.

En ese momento supo que ETA era la autora, a pesar de que no había recibido amenazas "directas", pero sí "indirectas", ya que en su instituto varios estudiantes le amenazaban por ser de las juventudes socialistas.

LAS CONSECUENCIAS La explosión le provocó graves heridas físicas y emocionales: "Sufrí heridas en ambas piernas, en las manos y en el corazón". Desde ese momento, en su casa "se hizo de noche" y "una sombra de pena y tristeza" se adueñó de los suyos.

Entonces empezó su calvario. El joven, cuya pasión era el voleibol --perteneció a la federación española desde 1995 hasta el atentado, cuando estaba en "el mejor momento" de su carrera deportiva-- tuvo que seguir un duro proceso de rehabilitación durante seis meses y superar una depresión. Un padecimiento del que no pudieron escapar sus padres, aunque su madre, de 49 años, fue la que más sufrió y su corazón no pudo superar el dolor. Un infarto acabó con su vida 10 meses después del atentado.

Madina explicó a los jueces que estaba vivo de milagro o quizá por su elevada estatura --1,90 metros--, ya que "cuando ETA coloca una bomba intenta o busca matar". Por si fuera poco, demostró su calidad humana al agradecer a la policía y a las instituciones judiciales por aplicar "justicia" contra los que le intentaron matar. También cuando proclamó que sus compromisos políticos "siguen intactos".