Pese a los esfuerzos de Madrid por quitar hierro a la polémica, la indignación marroquí por la visita del rey Juan Carlos a las "ciudades expoliadas" de Ceuta y Melilla no parece que vaya a remitir, al menos durante su transcurso. Pero voces próximas al Gobierno de Rabat llaman ya a apaciguar una crisis que por momentos parecía desbordar las previsiones de la diplomacia española.

"Marruecos debe expresar su justo enfado, pero hay que respetar los parámetros de un litigio entre amigos", dijo ayer a este diario Mohamed Larbi Mesari, responsable de Exteriores en la ejecutiva del Istiqlal, el partido conservador y nacionalista del primer ministro, Abás el Fassi. Para el veterano exministro, la crisis será "pasajera", ya que "no es imaginable que se sacrifiquen unas relaciones que ha costado mucho construir". El dirigente asegura que la llamada a consultas del embajador marroquí en Madrid, Omar Azziman, "no es una ruptura, sino una invitación a la reflexión", y se muestra convencido de que "no habrá otras medidas" por parte de Marruecos, más allá de declaraciones y manifestaciones de repulsa.

Consciente de que su discurso es mucho más conciliador que el oficial, Mesari atribuye este último al "fragor de la batalla". Durante la visita real, "en caliente se dirán muchas cosas", pero luego "todo deberá calmarse y habrá que seguir trabajando juntos como hasta ahora, porque el enfrentamiento no interesa a nadie", afirma.

"Los marroquís quieren resolver esta anomalía histórica, claro, pero no lo consideraban urgente. Ha sido España, con esta visita inoportuna, quien ha vuelto a poner Ceuta y Melilla sobre la mesa", asegura, y achaca la decisión a "motivos electoralistas", ya que "el PSOE necesita demostrar que no es menos nacionalista que el PP".

Cierto es que la retórica en torno a la "integridad territorial" alimenta desde siempre la vida política marroquí. Especialmente en torno a la gran causa nacional, "las provincias del sur", es decir el Sáhara Occidental, pero también sobre "las ciudades ocupadas" del norte. Sin ir más lejos, la visita de Zapatero a las ciudades autónomas en el 2006 se saldó con una respuesta más tibia que la actual. Hubo amargas protestas, pero se circunscribieron a responsables oficiales de segunda línea y a la prensa, y la movilización apenas reunió a 50 personas.

Esta vez es distinto. "En nuestra cultura política, un primer ministro es alguien que está de paso. Un rey es otra cosa, es el símbolo del Estado", explica Abdelilá Benkirán, diputado y presidente del Consejo Nacional del PJD, cuyo pronóstico difiere del expresado por Mesari.