Los gobiernos de España y Marruecos, aunque de un modo bastante extraño, decidieron ayer dar por zanjada la crisis de Beni-Enzar, es decir, la cadena de incidentes que han enfrentado a los agentes de ese puesto fronterizo de Melilla con un par de activistas magrebís que, con el evidente beneplácito de las autoridades de Rabat, han reconvertido la tierra de nadie que separa ambos países en una suerte de primera línea de combate de las reivindicaciones territoriales de la monarquía alauí. ¿Por qué ayer? El armisticio fue declarado pocas horas después de que José María Aznar aterrizara en Melilla cual Cleopatra ante Julio César dentro de una alfombra. Decir que el expresidente español desfiló por las calles de la ciudad norteafricana no es ninguna exageración.

"Melilla es una ciudad que no debería vivir en un paréntesis entre el acoso y la dejadez". Lo dijo ayer Aznar tras el paseo de besos, aplausos, fotografías y saludos que se dio por la avenida de Juan Carlos I, camino de la sede del Gobierno autónomo, donde lo recibió el presidente, Juan José Imbroda, quien recordó que fue en los tiempos en los que su imprevisto invitado era el jefe del Ejecutivo central cuando Melilla dejó de ser "el farolillo rojo de Europa gracias a las inversiones públicas del Gobierno". Aznar, a lo hombre de acción, decidió el martes por la tarde que Melilla requería sus servicios (según contó ayer su hijo Alonso, que lo acompañó en la visita).

PRUDENTE EN LA FRONTERA Voló a media mañana y, nada más tocar tierra, pidió que lo llevaran a Beni-Enzar. En la frontera, con todo, fue algo más prudente, pues solo saludó a un teniente de la Guardia Civil, mantuvo una breve charla él y en ningún momento hizo amago de buscar la foto con las mujeres policía de la frontera.

La respuesta del Gobierno fue, en un primer momento, la del manual a mano cada vez que el expresidente contraprograma la política exterior de España. "Es una muestra de deslealtad al Gobierno y a España que no ayuda a resolver la crisis", acusó el titular de Fomento, José Blanco. Para subrayar el oportunismo de Aznar, el ministro recordó que el exdirigente del PP jamás visitó Melilla como presidente del Gobierno. "Lo hace ahora, cuando su presencia no ayuda, y él lo sabe", añadió contundente.

Esa solo fue la primera respuesta del Gobierno. Un par de horas más tarde encontró un singular canal para intentar tapar el impacto de la cleopatriana visita. La cuestión es que el próximo lunes, como ya estaba anunciado, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, tiene previsto entrevistarse en Rabat con su homólogo marroquí para limar asperezas. Con la excusa de esa reunión, España y Marruecos incluyeron una breve declaración conjunta en un comunicado en el que se felicitan por los resultados alcanzados entre ambos países en materia de antiterrorismo, inmigración y narcotráfico. Era un modo elegante de sellar la paz o de abrir un alto el fuego hasta que otro incidente vuelva a tensar las relaciones. El comunicado podía leerse como un simple blablablá si en la frontera permanecía en exhibición la colección de carteles que denigran a las agentes. Pero, en una prueba más de que la tensión en la tierra de nadie

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