Aunque a ratos tambaleante, no hinca la rodilla. La economía, de cuyas mieles apenas pudo disfrutar en su inicial mandato, le ha amargado los 100 primeros días de presidencia, etapa antaño conocida como periodo de gracia pero que hace ya tiempo que pasó a la historia. Afronta la peor crisis en décadas --la misma que se empeñó en relativizar-- con un Gobierno irregular y unos socios parlamentarios por ahora ignotos. Improvisa en exceso pero conserva los reflejos políticos que lo auparon al poder. Aunque tocado, no está hundido.

Prueba de ello es la entrevista que Zapatero ha celebrado esta semana con Rajoy en la Moncloa. Astuto, el leonés se ha apercibido a tiempo de que la vieja táctica de estigmatizar al dirigente popular ya no surtía efecto. Tras su dulce derrota y un catártico calvario, Rajoy ha reforzado su liderazgo --ya se verá hasta cuándo-- al laminar a los críticos y romper con el aznarismo. Con lo que sitúa al "nuevo PP", expresión que saca de sus casillas a los socialistas, en una posición inmejorable para, ahora sí, rentabilizar el desgaste del PSOE por el frenazo económico. Quizá el PP no saque tajada en las elecciones vascas, pero sí en las europeas del 2009, contienda que muchos votantes, ajenos a la política comunitaria, suelen juzgar propicia para infligir un voto de castigo al Gobierno de turno. Si no, al tiempo. Así que Zapatero, haciendo de la necesidad virtud, concertó con el redivivo Rajoy una cita llamada a solemnizar una nueva etapa, exenta de crispación y aderezada con pactos de Estado.

Entente con la que el líder socialista persigue tres objetivos: primero, zanjar la controversia antiterrorista con el PP, estéril cuando el Ejecutivo ejerce la mano dura que le reclamaba la oposición; segundo, afianzar a Rajoy al frente del PP, pues, con vistas al aún lejano 2012, lo considera menos temible como rival electoral que Gallardón, el sucesor natural; y tercero, pero no menos relevante, mantener a raya a los grupos minoritarios, dispuestos a aprovechar la debilidad del Gobierno para ponerle en apuros y así revalorizar sus apoyos parlamentarios.

Con Ibarretxe embarcado en su onírica consulta soberanista, Mas desairado y Montilla envalentonado, a Zapatero no le vendrá mal contar con el apoyo, aunque sea con fines disuasorios, de Rajoy. Un ejemplo de esta simbiosis: el PSOE se ha escudado en el PP para excluir del pacto de la justicia el compromiso de descentralizarla, pero en privado alega que el Constitucional diluirá este capítulo del Estatuto catalán. Pero todo matrimonio de conveniencia comporta peajes. Rajoy se guarda un as en la manga: ofrecer su apoyo presupuestario al PSOE para que no ceda al "chantaje" de los catalanes. ¿Cuánto tardará en echarse el farol? Se aceptan apuestas.