Las tres características que mejor definen a Rodrigo Rato son, por este orden, su pasión por la política, su acerada dialéctica y su dureza como fajador. Todas ellas, y algunas más, como la fortuna personal, las reúne Manuel Pizarro (Teruel, 1951). La diferencia básica es que el primero tiene una larga trayectoria en la política profesional, mientras que el expresidente de Endesa se inicia ahora.

El exgerente del FMI solo hubiera vuelto a dedicarse a lo que es su auténtica vocación de haber tenido las manos libres para dirigir un Partido Popular con otra cúpula, mientras que Pizarro no aspira a tanto: quiere revalidarse ante la adversidad que le vino a ver en forma de opa cuando estaba en la compañía eléctrica y dar guerra, sobre todo, dar guerra. Es un guerrero.

Dureza y empatía

Aunque comparten el estilo duro, Rato no habría dicho: "Nunca seré un empleado de La Caixa". Entre otras cosas, porque ha estado a punto de serlo y probablemente lo será en un futuro. Tampoco hubiera preferido una Endesa alemana antes que catalana, y mucho menos lo habría expresado en público. Otra diferencia radica en su capacidad para la empatía, una virtud que adorna a Pizarro y que él cultiva, mientras que Rato siempre aparece envuelto en cierto hieratismo. La vehemencia del aragonés, sin embargo, encaja a la perfección con un hombre extremadamente educado, muy parco de costumbres, tanto en sus relaciones personales, en el ocio, en la mesa y en su vida privada.

A pesar de esas diferencias y de que sus biografías son bien distintas, Pizarro es lo más parecido a Rato que el PP podía encontrar. Mucho más que un rival frente al vicepresidente Pedro Solbes, en realidad es un nombre que puede hacer olvidar al que para algunos era el candidato ideal. Además de que también tapa sin paliativos a otros posibles aspirantes al segundo puesto del PP por Madrid.

De lo único que Pizarro presume de su intensa vida profesional es del trabajo que desarrolló como abogado del Estado en la expropiación de Rumasa, defendiendo los intereses públicos en aquella polémica decisión del primer Gobierno socialista con Felipe González y Alfonso Guerra a la cabeza.

Cuando estaba al frente de Endesa solía decir, socarrón, que solo sabía de leyes y de bolsa, pero que en el asunto del bicho, como le gustaba llamar a la multinacional que presidía, era un recién llegado. Un neófito, no obstante, que echó y ganó un pulso al Gobierno socialista y a todas las fuerzas que se le pusieron delante para hacerse con la empresa. El resultado fue que los accionistas, además de embolsarse suculentos beneficios, vieron cómo el precio de sus títulos escalaba desde los 18 euros de la víspera de la opa de Gas Natural a los 41 del final del proceso. También ha ocurrido que durante su mandato, Iberdrola, la segunda eléctrica española, ha superado con creces a Endesa y que esta ha sido cuarteada antes de acabar en manos de Acciona y Enel.

Aunque han sido sus cinco años al frente de Endesa, cuya presidencia dejó tras percibir una indemnización de unos 12 millones de euros, los que le han dado popularidad, ya era un hombre muy conocido en Aragón, su tierra natal, con la que siempre ha estado muy vinculado y en la que se ha empleado a fondo desde todos los puestos que ha ocupado, de forma especial en la presidencia de Ibercaja y en la compañía eléctrica.

Otro lugar que conoce bien es Cataluña. Su primer destino como abogado del Estado en 1979 fue Tarragona. Desde 1987, como agente de cambio y bolsa, también mantuvo intensas relaciones con la plaza barcelonesa. Dejó el negocio bursátil en el 2000, cuando vendió su propia agencia, Ibersecurities, al Banco Sabadell por unos 66 millones de euros.

El verano pasado tuvo que hincar los codos con temas catalanes para hacer frente a las responsabilidades de su compañía en el apagón del 28 de julio en Barcelona. 15 días después, y a petición propia, sacando pecho, dio explicaciones en el Parlamento catalán en una sesión que difícilmente olvidarán los asistentes. Tan inolvidable que en la propia Endesa algunos entendieron que pudo ser incluso contraproducente porque su intervención puso de manifiesto cuánta falta de información había en aquel foro. La aplastante profusión de datos y el estilo oratorio ya dejaban entrever una madera de diputado tan brillante y agresiva como poco habitual.

El paso por la CECA

Entre 1995 y el 2002 fue presidente de Ibercaja. Cuatro de esos siete años los compatibilizó con la presidencia de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA), un cargo que le permitió intervenir de forma activa en la modificación de la ley financiera que desarrolló el ministerio de Rato. Antes de que entrara en vigor y de que pudiera afectarle, dejó el cargo proponiendo como sucesor a Juan Ramón Quintás, lo que supuso profesionalizar la institución con el primer ejecutivo no procedente del mundo de las cajas.

Pizarro es profesor de Derecho y notario en excedencia, y desde hace unas semanas, consejero de Telefónica.