Mariano Rajoy decidió ayer que su fuerte, la retranca, era el tono más indicado para enfrentarse a una faena como la de presentar la biografía de Esperanza Aguirre después de la polvareda que ha levantado por sus dardos contra Alberto Ruiz-Gallardón. Y se lanzó. Dijo cosas sin decirlas, bromeó sobre la expectación generada, desmintió más de una acusación y elogió a los "dos ases" protagonistas de la polémica. Pero subrayó que su credo, "cuando hay dudas", es "el interés general". O sea, que lo importante es el PP y no los egos que en él anidan. "Sobrevuelen, elévense", recomendó a la concurrencia.

El alcalde no acudió. Pero como si hubiera estado. Aguirre se defendió sin citarle y culpando a los periodistas de perpetuar "estereotipos que no son verdad". Insistió en que ella es "liberal" y está lejos de actitudes "conservadoras o reaccionarias". Que las apariencias "engañan" y que a veces hay políticas e intervenciones "cerradas que aparecen como abiertas".

También señaló que los que gozan de mejor imagen ante la opinión pública "son aquellos de los que son difíciles de concretar sus principios" pero aspiran a permanecer "en el poder". Cuando defendió que ella siempre habla "claro", se comparó con los que usan "palabras agradables" y dicen "lo que otros quieren escuchar". Dijo que hablaba de José Luis Rodríguez Zapatero.

Al menos dos veces, la presidenta pidió perdón a los ofendidos por sus supuestos apuros para llegar a fin de mes con 9.000 euros. Habló de "frase desafortunada y entresacada". Y le aplaudieron.

Luego Rajoy pareció debutar como un monologuista de El club de la comedia y no dio tregua a un auditorio que se entregó a la carcajada. Después de recomendar que se desdeñe "lo accesorio" y decir que "de todo hay en la viña del Señor", definió a Aguirre como "una persona capaz, que no es perfecta" pero sí "uno de los activos más importantes de la política".

"¡Joder, qué tropa!"

Pero cuando provocó más risas fue cuando contó cómo se enteró de todo lo sucedido. En su despacho del Congreso, preguntándose "¿qué pensará Gallardón?". Al salir, se encontró con el retrato del conde de Romanones y recordó una de sus frases: "¡Joder, qué tropa!".

La presidenta, como todos, se reía. Pero recibió sutiles collejas. La más dura, cuando su jefe elogió a Javier Arenas, "que jamás ha ocultado nada a nadie". Es decir, que de encuestas sobre que Gallardón perdía la comunidad y solo ella podía salvarla, nada de nada.