En los apartamentos Milano de Puerto Príncipe se ha quedado mucho más que Jasmine, la tarántula de más de un palmo que una noche capturaron al borde de la piscina y metieron en un gran frasco de cristal, convirtiéndola en mascota de la unidad. No fue el único bicho que atraparon en los casi siete meses que 23 GAR (Grupos de Acción Rápida) de la Guardia Civil han permanecido en Haití bajo mandato de la ONU para participar en labores de seguridad tras el destructivo terremoto del 12 de enero.

Además de a Jasmine, el GAR ha atrapado a unas 400 personas, en su mayoría bandidos, como se conoce en Haití a los delincuentes de la peor calaña que, en su gran mayoría, se fugaron de unas cárceles destruidas por el temblor.

Prendados

A la isla caribeña desolada viajaron voluntarios los 23. Y ayer mismo, sin pasar por casa, hubieran regresado si el teniente general Atilano Hinojosa, que les recibió con honores en la comandancia de la Guardia Civil de Madrid, les hubiera pedido volver. Porque casi sin darse cuenta, poco a poco, como todo lo que se hace y pasa en Haití, pese al calor insoportable, el caos de tráfico insufrible, comer cada día el mismo arroz con el mismo pollo, y esa miseria agravada por la destrucción del seísmo que ha hecho a ese pueblo más pobre si cabe, a pesar de todo, los guardias civiles quedaron prendados de los haitianos, de su dignidad y su lucha por la supervivencia.

¿Lo más duro? "El rescate de los cadáveres de los cuatro militares españoles muertos". Responde uno, al que como al resto, hay que preservar su identidad y su rostro, pero los 23 darían la misma contestación.

Los GAR, que se crearon como vacuna contra el virus de ETA en el País Vasco, desembarcaron en Haití tras una "dura" travesía en el buque Castilla con los militares que realizaron labores de reconstrucción en Petit Goave. Llegaron sin saber cuál sería su cometido en un país destruido.

La Minustah (la misión de la ONU en Haití) no tardó en ubicarlos en la capital y convertirlos en uno de los tres cuerpos de élite que se encargaría de las misiones especiales. Y así fue como, tres o cuatro veces por semana, participaban en redadas junto a la policía haitiana --imprescindible para ejecutar las detenciones--, la brasileña y la jordana.

Casi todo salió bien. Nunca tuvieron que hacer uso de las armas, fueron felicitados por todas las autoridades a las que le tocó escoltar, pero regresaron con el mal sabor de boca de no haber podido detener a Willy, el capo de una de las bandas de secuestradores más peligrosas de Haití. Junto a dos policías canadienses y un brasileño viajaron hasta la otra punta de la isla caribeña a detenerle tras cobrar un rescate de 10.000 dólares por su último secuestro. Acusado de varios asesinatos e incontables violaciones, Willy huyó antes de que llegaran los GAR a la aldea en la que se escondía. Alguien se chivó de que venían a por él.