La entrada de las firmas del PP al Congreso fue triunfal. Todos los diputados, decenas de periodistas y multitud de curiosos esperaron en la puerta de las Cortes para ver la llegada de las furgonetas. Eran diez, pero podían haber sido menos si el PP hubiera decidido apretar un poco los 22 palés que contenían las firmas. Las cajas hubieran viajado más incómodas durante el kilómetro escaso que separa la calle Génova de la Carrera de San Jerónimo, pero el espectáculo sin duda se habría resentido considerablemente.

El secretario de organización, Sebastián González, nunca debió de imaginarse que entre sus funciones figuraría también la de dirigir las carretillas elevadoras para que cargaran y descargaran palés sin llevarse por delante a un dirigente del partido o a un informador. El concierto de claxon que se organizó hizo necesario que algunos policías se esforzaran en aligerar el tráfico. "Circule, por favor. Pero, ¿se puede saber qué mira?", le espetó un agente al conductor de un Audi que no hacía caso al semáforo en verde. La respuesta era obvia: "A Rajoy hablando ahí en la calle".

Y es que al líder del PP le colocaron un atril en la acera. Uno de los leones que custodian la puerta de las Cortes --el de la derecha-- parecía mirar de reojo la escena. Varias cajas azules y Rajoy detrás de ellas, como si se dispusiera a realizar una prueba de eslálom.

"Organización dice que nos pongamos tras las cámaras, que ya nos llamarán para posar", decía Jorge Moragas a sus compañeros catalanes. La policía se tomó al pie de la letra lo del derecho a opinar. "Menuda locura han montado aquí", rezongó un agente harto de empujones.