Una cosa va quedando clara. Los presuntos autores y colaboradores del 11-M eran ovejas negras en sus propias familias. Y solo la demencia explica que un exaltado miembro de la asociación Peones Negros, que cada día sobrevuela como un águila fascista por las inmediaciones del juicio, pidiera ayer a gritos: "¡Que fusilen a todos los moros!" O sea, todo el rato tratando de implicar a ETA en la matanza y maldiciendo la barbarie terrorista, y ahora resulta que todos los musulmanes merecen ser asesinados. No amigo, no. Léase usted el sumario. Hasta los suicidas de Leganés eran locos yihadistas mal vistos por sus propios padres y hermanos.

Oposición familiar

Abdenabid Kunja, que se inmoló el 3 de abril del 2004, habló así a sus seres queridos en su carta de despedida: "Llorad por vosotros mismos y arrepentiros por la oportunidad que habéis perdido, ya que ninguno de vosotros ha tenido el mérito de animarme para unirme al camino de la yihad. Es más, os habéis opuesto a mis pensamientos y a mi deseo".

Hasta el joven Mohamed Musaten pringó a su propio tío, Yusef Belhadj, uno de los presuntos ideólogos de la matanza, diciendo que era un yihadista peligroso. Ayer dijo que lo hizo porque le presionó la policía, amenazándole con cortarle las manos, torturar a sus padres y un sinfín de perrerías. Lo de siempre, pero no coló. Quizá uno puede decir bajo amenazas que sí, que vale, que su tío es de Al Qaeda, pero si explicas que recaudaba para la guerra santa grandes cantidades de dinero que guardaba en billetes de 50 euros doblados en bloques de 500, es difícil desdecirse y ser creído. Que su tío Belhadj le da pánico está más cerca de la verdad. Mucho más que las caricias de la policía o que el susurro de la cárcel.

A Abdelmajid Buchar, el Gamo, el superviviente de Leganés, sus padres le echaron de casa tras una fuerte discusión. Lo mismo contó ayer Mohamed Buharrat, otra oveja negra. En febrero del 2004, dice que por desavenencias familiares, se fue a dormir a un hostal, donde solo disponía de "un pantalón, una camisa y, quizás, unos calzoncillos". Hasta llegó a dormir en un R-19. Sus sospechosas idas y vueltas a Barcelona y la acusación de ayudar a escapar a varios terroristas pesan sobre él. Ayer, cómo no, dijo que le echó el muerto al Gamo porque le torturaron, con la presunta participación de un marroquí de mano larga que se cubría la cara con un pasamontañas y se hacía llamar Mustafá.

Pobres ovejas negras. Hasta dan pena. De pena son las burdas coartadas de el Egipcio, que ayer cerró el círculo de los yihadistas. No tenía dinero ni para un café, dormía en la calle, tenía más teléfonos que el locutorio de Zugam, pero nunca tenía saldo, aunque ayer reconoció haber realizado conferencias internacionales a ulemas de Arabia Saudí y Qatar, que no dudaron en ponerse al teléfono para atender la llamada de este pobre musulmán extraviado que ya no reconoce ni su voz. Más le vale, porque lo que dice en las grabaciones captadas por la policía italiana son para encerrarlo, por loco o por terrorista.

Es normal que ante tanto dije pero no dije las víctimas se calienten. Es normal que salten chispas cuando acusados en libertad y familiares de víctimas coinciden en el mismo vagón de metro.

Calmar los ánimos

Ayer, el juez intervino extraoficialmente para apaciguar los ánimos después de que dos de los imputados menores de la trama asturiana se encararan verbalmente con un grupo de víctimas. El imputado mayor, Emilio Suárez Trashorras, no está vivo ni muerto. Se pasa las horas pálido e inmóvil, y solo activa el dedo índice para urgar en la mina de su nariz. Pronto le tocará hablar, aunque seguro que no dice nada.