Un José Luis Rodríguez Zapatero eufórico proclamaba el pasado 2 de mayo, al celebrar el triunfo de Madrid, que este año se consumaba la última fase de su primer mandato, la de cuajar una alternativa que llevaría al PSOE al triunfo en las generales del 2004. Sólo 18 días después, la traición de Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez puso en cuestión la consecución de ese logro acariciado.

Zapatero accedió a la secretaría general, "sin el apoyo de nadie, con un proyecto autónomo", el 22 de julio del 2000, y se propuso alcanzar el poder por etapas. El primer año fue el de la renovación generacional del partido. El 2001 supuso la consolidación de esa nueva dirección tras pactar con líderes territoriales y sustituir en el PSE-EE a Nicolás Redondo Terreros, muy inclinado hacia al PP, por Patxi López.

Mediado el 2002 se inició la fase de cohesión que coincidió con el gran momento dulce de Zapatero, alcanzado gracias a los errores de José María Aznar. Esa última etapa, preludiada por su segundo triunfo en un debate sobre el estado de la nación, se inició con la huelga general del 20-J, continuó con las movilizaciones por el Prestige y culminó con la oleada popular en contra de la guerra de Irak.

En el 2003, el PSOE ganó las elecciones municipales del 25-J por 120.000 votos y Zapatero abordó la fase final afirmando que ese triunfo le garantizaba la conquista de la Moncloa. La traición de Madrid fue un golpe duro que le ha dolido, pero no le hecho doblar la rodilla. Lo último que gritó ayer en Parla fue: "A ganar".