Hay políticos que se enredan con palabras --"desaceleración económica", "miembros y miembras", "captación temporal de agua"...-- y otros a los que se les entiende todo. En época de zozobra, como la que vive esta España sacudida por una crisis para la que no la prepararon sus gobernantes, se agradece que haya ministros que llamen a las cosas por su nombre y den la cara. Aun a riesgo de que se la rompan.

En medio del marasmo gubernamental, antes latente y al fin patente ante el paro salvaje de un grupo de transportistas tan minoritario como radicalizado, solo una voz ha emergido para amilanar a los piquetes y tranquilizar a la ciudadanía: la de Rubalcaba. Aunque tarde, el titular de Interior desactivó el miércoles la bomba de racimo de esta violenta protesta, que incendiaba las carreteras y amenazaba con paralizar toda España. Bastó que anunciara lo obvio, que la policía iba a actuar con "contundencia" ante los violentos y en defensa de los derechos del resto, para que el paro perdiese gas y los mercados volvieran a abastecerse.

¿Por qué no exhibió el Gobierno esa firmeza antes de que los camioneros se enseñorearan del país? ¿Acaso ignoraba el potencial intimidatorio de un sector tan atomizado como el del transporte? Sin excluir la hipótesis de la imprevisión, todo indica que Zapatero no estaba anímicamente preparado para atajar un conflicto social que, además, ha ilustrado la hondura de una crisis que el presidente, con poco éxito, se obstina en relativizar.

A la izquierda española, presa de prejuicios heredados de la resistencia antifranquista, le suele acomplejar el ejercicio del monopolio de la fuerza reservado al Estado. A ello se ha sumado el temor a erosionar el dichoso talante, esa imagen buenista que Zapatero se fabricó en la oposición para aglutinar a los agraviados por la rudeza de Aznar. Que Rubalcaba rompa moldes y sintonice con una ciudadanía necesitada de certidumbres lo revela como uno de los pilotos del aterrizaje --a todas luces forzoso-- del Gobierno en la nueva realidad española, alejada de la propaganda electoral previa al 9-M.

También Corbacho ha iniciado este audaz pero inaplazable giro pragmático. Mientras otros ministros emulan a la avestruz a la espera de que pase la maroma, él promueve una reforma restrictiva de la ley de extranjería que, aparte de vigorizar el flácido discurso del PSOE, complacerá a las capas sociales que, sobre todo en tiempos de vacas flacas, compiten con los inmigrantes por unos servicios que el Estado apenas está en condiciones de prestar.

No faltan ministros dispuestos a bajar de las nubes y pisar el mismo suelo que el resto de los españoles. Ahora solo falta que el comandante se ponga al frente de la aeronave.