Llegó la reválida. Lo admitan o no en público, los máximos dirigentes de los dos principales partidos españoles son conscientes de que el 13-J supone un examen del pasado 14 de marzo. Al PSOE, una victoria le servirá para demostrar que la pulsión de cambio ya existía antes de que los terroristas islamistas volaran cuatro trenes en Madrid y mataran a casi 200 personas.

El PP mira el cuadro electoral desde el ángulo contrario. A tres meses de salir del Gobierno contra todos los pronósticos, se aferra al 13-J como a una tabla de salvación. Es su examen de recuperación para demostrar que fue el terrorismo lo que provocó su derrota. Y que el partido tiene fuelle para encarar cuatro años de oposición y regresar después al Gobierno.

Congreso en octubre

Los más optimistas en la cúpula del PP ruegan por una derrota del PSOE, que supondría el principio del deterioro de un Gobierno al que auguran dificultades para agotar la legislatura. Los más pesimistas ya están rellenando quinielas para sustituir a Mariano Rajoy en el congreso del partido en octubre, si el 13-J confirma "que el ciclo socialista se asienta", como plantea Jaime Mayor Oreja en la verbalización de sus peores augurios.

Sólo un resultado digno permitirá un veraneo tranquilo al líder del PP. Los más realistas entre los compañeros de Rajoy en la cúpula del partido sitúan la dignidad de las cifras en una victoria del PSOE que no saque más de 5 puntos al PP, la misma que el partido de Zapatero obtuvo en las generales de marzo.

Los estrategas del PP han planteado la campaña de Jaime Mayor Oreja como una prueba de lealtad para su electorado. Desde la utilización del Pásalo, como recuerdo de la palabra que la víspera del 14-M dio paso a su derrota, hasta la letanía de que es la ocasión de "evitar que vuelva a ganar la tragedia", el PP se ha olvidado de Europa y ha vendido el 13-J en clave interna.

Sonrisa de izquierdas

Zapatero, en cambio, afronta el congreso del PSOE de julio con una de sus sonrisas. Una vez en la Moncloa, los problemas del partido socialista se difuminan. El Gobierno se ha apresurado a tomar las medidas que con más urgencia reclamaba la ciudadanía que optó por el voto progresista en marzo.

El empeño del Gobierno porque los ciudadanos sintieran el cambio desde el primer día es una de las mejores bazas para Josep Borrell. Sólo una sombra amenaza con helar el gesto alegre del presidente: que a los electores socialistas del 14-M les dé pereza acercarse a votar.