Esperanza Aguirre organizó anoche una cena mitin en Madrid para conmemorar la victoria de su partido e invitó a participar en el acto a su presidente, Mariano Rajoy. ¿Qué victoria electoral se celebraba? La que le dio a ella y a otros presidentes autonómicos el poder hace un año. Pero, además de recordar en detalle y con docenas de datos aquel 27 de mayo del 2007, no perdió oportunidad de hablar de futuro y de lanzar una advertencia a su jefe frente al próximo congreso interno. El PP, según dijo, no puede permitirse "cambios radicales" tras haber perdido las últimas generales, porque nadie lo entendería.

Esta vez, Rajoy no evitó el envite ni eludió responder a la anfitriona. Así, tras recordar que esos comicios autonómicos y municipales los ganaron los populares, además de en Madrid, en muchos otros lugares del país, subrayó que él no tiene "nada" que cambiar en los principios que sustentan a su organización. Eso sí, avisó de que hay que trabajar "con lealtad" y adaptarse a los nuevos tiempos para poder sumar y ganar y, desde el "centro reformista", fomentar el diálogo con nacionalistas y el PSOE, como hizo el propio José María Aznar. "Esperanza, tampoco yo quiero un partido de etiquetas de buenos y malos, duros y blandos. Llevo cuatro años intentando unir al partido", enfatizó ante la presidenta de la comunidad.

AGUIRRE Y LA SIMPATIA La primera en tomar la palabra fue Aguirre. Comenzó dando las gracias a los presentes y excusando a los ausentes, como al alcalde Alberto Ruiz-Gallardón. Repasó las claves del resultado de las municipales. Lo calificó de éxito para el PP. Después, pasó al de las últimas generales. "También hubo un gran resultado en toda España", sentenció.

A continuación, llegaron los matices: a su juicio, los más de diez millones de votantes populares respaldaron unas ideas: las que se han defendido en la última legislatura. "Esos resultados demuestran que estamos en el buen camino de defensa de nuestros principios, sin cambios radicales que nadie entendería. Menos aún, nuestros diez millones dos cientos mil votantes".

Dicho esto, avisó a Rajoy y al resto de comensales de que no hay que "caer en las trampas ideológicas que tienden los adversarios", ni en el reparto de carnets de "duros y blandos, centristas y extremistas" que, según ella, quieren hacer en el PP.

Cogió el testigo Rajoy. Recomendó humildad a los que han ganado elecciones porque, según advirtió, "nadie tiene un cheque en blanco" de los ciudadanos. Prosiguió puntualizando que los populares deben ser simpáticos con la inmensa mayoría de los españoles, y no con aquellos que, en realidad, no tienen su interés puesto en el partido. "Quien tiene que decidir es el PP", alertó Rajoy.

En ese momento del discurso, dijo que él no va a dar giros en lo fundamental, pero que se puede hacer compatible el defender ideas y el sumar nuevos votantes para poder ganar. Tampoco perdió ocasión de responder a excompañeros de gobierno como Francisco Alvarez-Cascos --que solicita en una enmienda eliminar el concepto centro de la definición del partido--. Rajoy subrayó que, como hizo Aznar, hay que afianzarse en el centro reformista y fomentar el diálogo con nacionalistas y socialistas para alcanzar pactos.

EL PP VALENCIANO Y COSTA Pero la cena "de la victoria" organizada por Aguirre no fue lo único que ocurrió ayer en Madrid con influencia en el devenir del PP. La tarde en el Congreso de los Diputados dio mucho qué hablar. Y no, como otras tardes de antaño, por lo polémico de alguno de los puntos debatidos en el pleno del hemiciclo, sino por las estampas que dejaban algunos corrillos de diputados populares: uno de los más comentados fue el que dio origen a una conversación ya casi nocturna entre Juan Costa --que sopesa si presentar candidatura alternativa a la de Rajoy-- con Ana Mato y José María Michavila. Todos dicen que mantiene vivas sus dudas sobre si retar o no al líder.

El amago de Costa ha puesto al PP valenciano en un brete ya que, en principio, apoyaba al actual presidente del PP. Pero habrá que ver qué sucede si finalmente se decide a dar el paso. Asimismo, el diputado Alejandro Ballestero se unía a los críticos al jefe y pedía renovación: sostiene que su organización tiene un problema de liderazgo y que hay que dar paso a otros.