Una de las primeras cosas que Francisco Camps hizo tras completar su declaración ante el juez José Flors fue llamar por teléfono a Mariano Rajoy, que se encontraba en la localidad vallisoletana de Peñafiel para participar en un acto con alcaldes del PP. Pocos minutos después de mantener esa conversación, Rajoy aseguró a los periodistas que se sentía "muy contento" de que el juez no hubiera adoptado ninguna medida cautelar respecto a Camps y añadió que ya "preveía" que el presidente valenciano saliese "sin ningún cargo". Lo cierto es que el procedimiento "sigue su curso" sin ninguna variación, aclaró el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJCV), por lo que la imputación contra Camps se mantiene.

"Reitero mi apoyo y confianza total", dijo Rajoy. Y esas palabras son dogma de fe en el PP valenciano, donde, pese a la inminencia de las elecciones, nadie flaquea a la hora de defender en público la honradez de Camps y la conveniencia de su continuidad. Al contrario. Cada aparición del dirigente imputado supera en grado de espectacularidad y manifestaciones de adhesión a la anterior.

El Palacio de Justicia de Valencia, que fue construido en el siglo XVIII como edificio de aduanas y albergó durante un tiempo una fábrica de tabacos, es lugar de paso del autobús turístico que recorre la ciudad del Turia, y esa circunstancia brindó a los usuarios del servicio la posibilidad de presenciar una estampa de folclorismo singular: apostados a uno y otro lado de la calzada, dos grupos de ciudadanos, equipados con banderas y pancartas y vigilados por agentes de la policía, se increpaban a gritos mientras, en el interior del edificio, el presidente del Gobierno autonómico, imputado por un delito de cohecho, respondía a las preguntas del juez sobre unos trajes que supuestamente le había regalado un hombre apodado el Bigotes .

POLARIZACION La pintoresca escena era un reflejo exagerado pero elocuente de la situación de tensa polarización que vive la Comunidad Valenciana a raíz del escándalo de corrupción. Un clima enrarecido que ha ido contaminando tanto la acción del Ejecutivo que preside Camps --"paralizado", según la oposición-- como la dinámica interna del PP valenciano --cohesionado de puertas afuera, pero sacudido por las especulaciones en torno a una posible sucesión-- y la propia vida de los ciudadanos.

A todo ello ha contribuido el sentido algo fallero de la puesta en escena con el que los colaboradores de Camps han preparado las apariciones del dirigente desde que se hizo pública su imputación. Después de los homenajes y los actos de adhesión de los días previos, la comparecencia de ayer ante el juez tuvo aires de apoteosis en el sentido clásico. El juez había fijado la cita para las diez de la mañana, pero Camps decidió madrugar y presentarse con una hora y cuarto de antelación. Y lo hizo escoltado por los tres vicepresidentes de su Gobierno --Vicente Rambla, Gerardo Camps y Juan Cotino-- y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá. Juntos entraron en el Palacio de Justicia jaleados por una veintena de militantes con banderas valencianas.

ALTOS CARGOS Esa veintena fue creciendo hasta convertirse en un centenar largo, entre el que se contaban varios alcaldes y numerosos cargos y asesores de la Diputación y el Ayuntamiento de Valencia. Frente a ellos fue formándose un grupo reducido de detractores de Camps, con visible presencia de sindicalistas.

El intercambio de gritos entre ambos grupos estuvo marcado por el clasicismo --al "¡Camps, a la prisión!" de unos respondían "¡Camps, presidente!" los otros--, pero tuvo momentos de rara inspiración: "¡Yes, we Camps!", vociferó en alguna ocasión la militancia del PP; "¡Te quiero un huevo!", respondió la oposición, aludiendo a la expresión con la que Camps se dirige al Bigotes en una conversación entre ambos cuya grabación forma parte del sumario. La confrontación estuvo a punto de pasar a mayores.

A las once y media, el presidente valenciano abandonó el Palacio de Justicia entre un griterío ensordecedor. Un cuarto de hora después llegó el bigotes . Solo y con la melancólica altanería de quien un día lo tuvo todo.