"¿Es para mí? ¡Pero bueno, por Dios!". José María Aznar quedó atónito al salir junto a Muamar Gadafi de la tienda blanca y verde donde acababan de reunirse. Frente a ellos, dos hombres sujetaban un brioso caballo árabe de color castaño, enjaezado con ornamentos de plata. El solo nombre del animal imponía respeto: Bark al Qaed . En español El rayo del líder .

"Se lo vamos a mandar en avión a Madrid", dijo orgulloso el líder libio, envuelto en una túnica color oro quemado. Sin salir de su sorpresa, Aznar acarició el animal y comentó: "Yo doy paseos a caballo". "Monta", le invitó Gadafi. El presidente se excusó: "No, no, ahora no".

Con este episodio concluyó la visita de dos días de Aznar a Trípoli. El presidente se despidió de su nuevo amigo libio y se introdujo en el Mercedes oficial, que se marchó seguido de una caravana de coches. Gadafi abrió entonces un coqueto parasol blanco, hizo una refinada señal de adiós con la mano y se fue en un Volkswagen escarabajo azul.

LUGAR ATACADO POR EEUU

El segundo y último encuentro entre los dos líderes tuvo lugar en un lugar muy especial para Gadafi: Bab el Aziziya, el complejo militar de alta seguridad donde se hospeda el líder cuando se desplaza a la capital y que fue bombardeado en 1986 por aviones de EEUU, ataque en el que murió su hija adoptiva.

A pocos metros de la jaima donde se celebró la reunión, está la residencia derruida de la familia Gadafi. Continúa en escombros, tal como quedó tras el bombardeo. Las paredes están agujereadas; las vigas del techo, derruidas, y entre los escombros hay restos de bombas y dos cascos de pilotos norteamericanos que fueron abatidos durante la refriega. En las paredes interiores aún hay fotos de la madre de Gadafi y del coronel con sus hijos y sus nietos.

Cuando la comitiva de Aznar llegó a Bab el Aziziya, fue guiada directamente a este museo de los horrores. Lo primero que vio el presidente al bajar del coche fue una escultura de metal dorada que representa un puño enorme estrujando un avión con las siglas USA.

El jefe de protocolo de la Moncloa susurró entonces algo en el oído a Aznar. Este se dirigió hacia un muro con inscripciones y evitó así entrar en el museo de los horrores y ser fotografiado con los restos del ataque estadounidense. Fue un mal trago, pero al final del camino estaba El rayo del líder esperando a su nuevo amo.